Sepulcros de los condes de Mélito


Sepulcros de los condes de Mélito, en Toledo

El campo más vasto para una publicación ilustrada española es seguramente la reproducción de los infinitos monumentos de todas épocas y estilos, que se encuentran diseminados hasta por las más oscuras poblaciones de nuestras provincias, muchas de las cuales no ofrecen otro atractivo a los ojos del artista y del viajero.

En otros países, multitud de publicaciones de diversos géneros, viajes, trabajos arqueológicos, y muy particularmente la fotografía, han agotado casi por completo el asunto. A pesar de que en España se ha hecho algo en este sentido, es tanto lo que permanece ignorado, que bien puede decirse que aún se conserva intacto su tesoro, al menos en la parte que suele ofrecer más novedad e interés para las personas inteligentes.

La fotografía, como el viajero conducido por un cicerone vulgar, suele recorrer tan solo aquellos puntos marcados de antemano, reproduciendo vistas y edificios de los que, si no cabe hastiarse, porque, en efecto, son de incomparable hermosura, se han hecho ya comunes a fuerza de ver siempre repetida la misma cosa bajo idéntico punto de vista. Cierto que para abarcar grandes conjuntos con esa prolijidad de detalles que ofrecen algunos monumentos, la fotografía lleva en ocasiones inmensa ventaja al arte; pero, por lo común, su impresión deja traslucir algo de la aridez y la prosa de un procedimiento mecánico e ininteligente, faltando en sus producciones ese sello de buen gusto, ese tacto para dejar o tomar aquello que más conviene al carácter de la cosa, ese misterioso espíritu, en fin, que domina en la obra del artista, la cual no siempre hace aparecer el objeto tal cual realmente es, sino como se presenta a la imaginación, con un relieve y acento particular en ciertas líneas y detalles que produce el efecto que sin duda se propuso su autor al concebirlo y trazarlo.

A más del discernimiento superior que guía el lápiz del dibujante para buscar, entre los numerosos monumentos que nos han dejado nuestros mayores como testimonio de su grandeza, aquellos rasgos y accidentes que mejor caracterizan una época o un estilo; a más de la suma de conocimientos que posee acerca del particular y le ayudan a inquirir los más oscuros e ignorados, y a saber qué elementos necesita el pintor para sus fondos, el arqueólogo para sus estudios, el historiador para la inteligencia de sus escenas, aún tiene otra ventaja y es la de poder reproducir todo lo que por el punto en que se encuentra, la falta de luz apropiada o de distancia suficiente sale del dominio de la fotografía.

En los moriscos arcos de las casas que aún se ven en las torcidas y estrechas callejas de las antiguas poblaciones; en el ángulo de los templos adonde penetra con dificultad la luz al través de los vidrios de la ojiva; en el interior de las habitaciones de esos palacios levantados sobre las ruinas de otros edificios notables y que son una agregación de construcciones de diferentes y remotas épocas; por todos aquellos sitios a que lleva el aficionado su entusiasmo por las obras que revelan el carácter y el espíritu de otras edades, recoge infinitos datos importantes y apunta, aunque ligeramente, esos rasgos llenos de verdad y carácter que tanto nos deleitan cuando examinamos la cartera de viaje de un artista.

Algo semejante tratamos de hacer en las páginas de La Ilustración de Madrid, reproduciendo trabajos de esta índole, y llenando en parte el vacío que se nota por la falta de otras publicaciones especiales, dedicadas a generalizar dentro y fuera de España el conocimiento de sus riquezas arqueológicas.

Sepulcros de los condes de Mélito

La ciudad de Toledo, sin duda alguna la más visitada por nacionales y extranjeros y de la que más se ha dibujado y escrito, brinda aún cosecha abundante a los que se dediquen a estos estudios, ya en los detalles de los mismos edificios que tan a menudo se reproducen, ya en otros al parecer de menos importancia por sus proporciones, pero que a veces ofrecen mayor interés por el carácter o la ejecución.

Entre ellos se encuentran los sepulcros cuya reproducción ofrecernos hoy en nuestras columnas. Estos dos notables sepulcros, que forman un solo monumento y cuya armoniosa disposición y elegante contorno sorprende a primera vista, pertenecen a don Diego de Mendoza, conde de Mélito, y a su mujer, doña Ana de la Cerda, personajes que desempeñaron un papel muy importante en el siglo XVI, con razón llamado de oro de las letras y las artes españolas. Antiguamente se encontraba en la iglesia del convento de Agustinos Calzados de Toledo; pero, al derribar este edificio, lo trasladaron, no sin que sufriera algunas graves mutilaciones, a la de San Pedro Mártir, en una de cuyas naves se encuentra en la actualidad.

En el convento de San Pedro Mártir, acaso el más grande, rico y espacioso de Toledo, se halla establecida la Casa de Beneficencia provincial y en su iglesia se ven reunidos numerosos y curiosos restos recogidos de diferentes ruinas, tales como sepulcros, lápidas e inscripciones referentes a personajes notables y poderosos.

Cuando se penetra bajo sus bóvedas y se descubren por un lado el pendón que llevaba a los combates el famoso cardenal Mendoza, también traído aquí de otro templo, las mutiladas urnas sepulcrales de los próceres toledanos y las lápidas en que hablan de su poder y sus títulos, mientras por otro se ven arrodilladas acá y allá las infelices criaturas que viven de la caridad oficial no puede menos de pensarse en el extraño destino de aquel inmenso edificio que, una vez abandonado por sus fundadores, ha venido a ser un doble asilo de las glorias del pasado y de la miseria del presente.

Gustavo Adolfo Bécquer
La Ilustración de Madrid, 12 de enero de 1870



Revista La Ilustración de Madrid, en la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.
Foto del sepulcro de los condes de Mélito.
Texto en la revista La Ilustración de Madrid del 12 de enero de 1870

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