El pozo cuyo dibujo pueden ver los lectores de La Ilustración en sus columnas es un precioso ejemplar de los productos de alfarería de los árabes toledanos.
En la calle de San Ildefonso, y próximo a la capilla levantada sobre el mismo terreno en que es tradición vino al mundo el célebre arzobispo de Toledo, hay un pequeño jardín hecho sobre el solar de una antigua casa.
En el extremo de este jardín existía, desde hace mucho tiempo, un pozo cuyo informe brocal presentaba el aspecto de un mal trazado círculo de ladrillos revestido de argamasa oscura. Al tratar de destruirlo, apareció debajo de la grosera corteza que lo envolvía el que es objeto de nuestra ilustración, que por su sencillez y elegancia constituye un ejemplar digno de estudio del arte árabe español.
Este hermoso brocal es de tierra roja cocida y bañada, y su adorno lo forman dos grecas, por entre las cuales corre rodeándole una magnífica inscripción en caracteres cúficos ornamentales. La inscripción y la greca son verdes y destacan por el color y el alto relieve que presentan sobre el fondo blanco mate del brocal.
Escrupulosamente copiada, damos aparte la inscripción con un doble objeto: el de que los orientalistas la estudien y la traduzcan, si es posible, toda vez que ya algunos verdaderamente dignos de este nombre a quienes hemos acudido, hallan bastante difícil la empresa, y el reproducir un hermoso modelo de los caracteres cúficos empleados en la época que podríamos llamar clásica de la arquitectura árabe española, de los cuales se encuentran raras inscripciones, no recordando nosotros ninguna en que solo la letra, sin combinarse con otros extraños a su configuración, forme un adorno tan rico, tan elegante y completo.
El señor don Francisco Hernández, vecino y propietario de Toledo, y dueño del jardín en que hasta ahora ha existido el pozo que nosotros hemos tenido ocasión de copiar en el mismo punto donde se encontró, lo ha regalado últimamente al Museo de aquella ciudad, dando así una prueba de generoso desprendimiento y de amor a las artes.
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