Parroquias latinas (suprimidas en la actualidad)

Historia de los templos de España. Toledo. Parroquias latinas (suprimidas en la actualidad)


I. [INTRODUCCIÓN]

En el párrafo que a manera de introducción precede a las breves noticias que ya hemos dado de las parroquias latinas que hoy subsisten como matrices, dejamos dicho la época a que la generalidad de estos templos pertenecen y las especiales circunstancias que a su erección concurrieron.

Al tratar ahora del segundo grupo de estas parroquias, en el que comprendemos las que, merced al ya varias veces citado arreglo eclesiástico, han quedado suprimidas o destinadas a ayudas de las que se conservan en su antigua categoría, nada podemos añadir acerca de su historia en conjunto que allí no se encuentre comprendido.

En cuanto a la importancia de su estudio arqueológico y al interés que ofrecen los objetos de artes custodiados en ellas, solo diremos para terminar estas líneas que en nada ceden si no aventajan a las anteriores.

Erigidas en una misma época, han atravesado por las mismas circunstancias que han contribuido a modificar sus templos y alternativamente a enriquecerlos o despojarlos, merced a las restauraciones, los expolios o los donativos, así de mérito en su fábrica, como de riquezas artísticas en los objetos destinados a la veneración y el culto.


II. PARROQUIAS LATINAS

SAN MIGUEL

Torres árabes: de izquierda a derecha, San Román, San Miguel, Santo Tomé. Original aquí

La fundación de este templo, conocido con el sobrenombre de el Alto, por hallarse efectivamente en uno de los puntos más elevados de la ciudad, corresponde a uno de los últimos períodos del estilo árabe. El género arquitectónico de su elegante torre, el carácter especial de sus naves, que en vano han pretendido ocultar las últimas reparaciones verificadas en ellas, y el magnífico artesonado de alerce que las cubre, exclusivamente propio de esta época, lo ponen de manifiesto de una manera indudable.

Ignórase, sin embargo, si esta iglesia fue primeramente mezquita y se consagró al culto de la religión cristiana después de la ocupación de la ciudad por don Alfonso VI, o se mandó erigir por este piadoso monarca cuando la mayoría de sus compañeras y durante el largo período en que aún dominó en Toledo el gusto árabe, conocido con el nombre de muzárabe o morisco.

Aunque sin datos que precisamente lo confirmen, nosotros nos inclinamos a creer lo segundo. El carácter general de su fábrica, la disposición particular de algunas de sus partes y la ornamentación de su torre son a nuestros ojos indicios de que, al menos esta última, fue construida por los cristianos durante el período de imitación postrero de este gusto, hoy puesto en olvido.

Es opinión casi general, y admitida con bastante fundamento, que esta parroquia sirvió a los templarios de iglesia cuando estos vinieron a Toledo, llamados por don Alfonso VIII para ocupar y defender el castillo y monasterio de San Servando, abandonado de los monjes sus habitadores primitivos a causa de las continuas irrupciones de los moros por esta parte de la ciudad.

Aun cuando esta noticia no se encuentra justificada por ningún documento histórico, apoyándose únicamente en la tradición, si se tienen en cuenta las diversas observaciones que para justificarla se han hecho por algunos eruditos escritores que de este asunto se han ocupado con gran diligencia, no queda el menor género de duda acerca de su veracidad.

En efecto, sábese que en la misma época los caballeros de esta célebre orden fundaron una casa hospedería, conforme a su costumbre y reglas, dentro de la ciudad; siendo tradicionalmente admitido, desde tiempos muy remotos, que lo verificaron en una que aún se conserva pegada a la parroquia de San Miguel, la cual, aunque lastimosamente desfigurada y con destino hoy a casa de vecindad, conserva restos de su pasado esplendor.

De por sí solas estas dos tradiciones, autorizadas merced a su admisión por todos los historiadores toledanos, son en cierto modo suficientes a autorizar la opinión aventurada anteriormente; pero si a esto se reúnen las notables circunstancias de encontrarse agregado a la parroquia, por su costado meridional y con entrada por la iglesia, un claustro procesional, propio únicamente de las comunidades o corporaciones colegiadas, y hallarse en su torre una campana en la cual se ve grabada de relieve la cruz del Temple, como ya dejamos dicho, no queda algún género de duda acerca del uso a que se destinó este templo desde el siglo XII hasta principios del XIV en que esta orden se disolvió en Castilla.

Si fuera posible leer algunas de las losas sepulcrales, incrustadas en el claustro de que dejamos hecha mención, acaso se hubiera venido en descubrimiento de la verdad; pues a no dudarlo pertenecen, según su carácter de letra y el estado en que se hallan, al siglo XII o el XIII.

La lectura de una de ellas, perteneciente a un judío llamado Zabalab, y que hubo de convertirse a la religión cristiana, puesto que fue presbítero, confirma nuestro aserto.

Dice así:

X PICOLE: MULTUM: SPENCTANS: MEMORANSQUE: SEPULTUM: DUM: MEMORANDO: CAPIS: QUEN: TEGAT: ISTE:LAPIS: OCCURRUNT: PULCHRI:TIBI:SCRIPTA:LEGENDE: SEPULCHRI: NAM: PATET: EX: TITULO: QUIS: TEGITUR: TUMULO: MORIBUS: ET: VILA: BREVIS: «FUIT: ISRRAELITA1» PRESBITER: EGREGIUS: VIR: BONUS: ATQUE: PIUS: CLARUS: STIRPE: SATIS: NOTUS: QUE: NOTA: BONITATIS: HIC: ZABALAB: DICTUS: GUM: MORS: ENSIS: FUIT: ICTUS: PULVIS: ET: OSSA: JACENT: TUMULO: QUEM: CERNIS: HUMATA: SEX: TANTUM: DEMPTIS: ANNUS: DE: MIL: ET: DESCENTIS: lNSPICE: QUOT: RESTANT: ERANT: QUEN: MANIFESTANT:

Si exceptuamos las particularidades de que dejamos hecha mención, las cuales vienen a corroborar las tradiciones que prevalecen acerca de su uso en épocas remotas, la fábrica de este templo nada ofrece de notable a no ser su torre que caracteriza una época de la arquitectura árabe, a que se deben la mayor parte de las iglesias de Toledo.

Consta, pues, el cuerpo de esta, de tres naves paralelas entre sí y divididas por arcos de forma arábiga que le prestan un marcado carácter propio de este género, a pesar de hallarse desfigurados con las últimas restauraciones que ha sufrido el templo, en las que hubo de añadírsele, aunque ignoramos la fecha precisa, la nave que forma el crucero, la media naranja que cubre la intersección de esta y la capilla mayor.

La torre, de la que ofrecemos una copia exacta en la lámina que lleva por epígrafe Torres árabes de Toledo, es una de las mejor conservadas entre las muchas que existen en esta ciudad, pertenecientes al mismo estilo. Los ajimeces de arcos angrelados incluidos en grandes marcos o arrabás que dan luz a su interior, y sobre los que corre una estrecha faja de ladrillos formando un acodillado propio de la última época; las dos zonas de arcos ornamentales angrelados y sostenidos en columnitas los unos, y redondos y entrelazados los otros, que adornan el cuerpo superior, el cual termina con tres arcos de ojiva túmida que forman el hueco destinado a la colocación de las campanas; el tejaroz sustentado por canecillos que remata el todo de ella; cuantos detalles se ofrecen a los ojos del observador, son dignos de atención por caracterizar perfectamente, como ya dejamos dicho, el último período de esta arquitectura, llamado de imitación por haberla puesto en uso los cristianos después de la Reconquista. Los altares son menos que medianos, excepto los que pertenecen a la escuela churrigueresca, los cuales solo como modelos de extravagancia pudieran ser citados.

En pinturas tampoco hay cosas verdaderamente notables; pero aunque de mediano mérito pueden recomendarse dos tablas que existen en el altar colateral del evangelio, dos grandes lienzos colocados en los machones inmediatos al crucero, debidos a Eugenio Cajes el primero que representa el Nacimiento del Salvador, y a Pedro de Onente el segundo en el que se ve la Adoración de los Reyes, obras ejecutadas a competencia según noticias; pero en las que, según nuestro juicio, no estuvieron a su mayor altura los autores a pesar de notarse en ellas algunos de los rasgos apreciables de estos artistas, y por último, otras dos pinturas más pequeñas que se encuentran en los testeros del crucero y en que hay otro Nacimiento en la del lado de la epístola y una Sacra Familia en el del evangelio, ambas pertenecientes a Juan de Toledo.

En esta antigua parroquia, hoy reducida a ayuda de la de San justo, existió en otro tiempo una hermandad congregada bajo la advocación del arcángel san Miguel, su titular, la cual disponiendo de grandes recursos merced a la piedad de los personajes que a ella pertenecieron, tuvo a su cargo muchas obras meritorias, a más de quince capellanías que debían servirse en esta iglesia.


SAN ROMÁN

Varias son las opiniones que con más o menos fundamento se han emitido por los cronistas toledanos acerca de la fundación de esta parroquia, digna por más de un título del diligente examen del arqueólogo y del artista.

Por no creerlo propio de la concisión de esta obra, no nos detendremos a refutar el contenido de unas y a desentrañar la fuente de donde las otras se derivan, limitándonos solo a exponer la historia que, a juicio de los escritores más dignos de fe y al nuestro, presenta mayores probabilidades de certeza y con más precisión responde a las observaciones de la crítica y del arte.

Aun cuando la tradición lo asegura, es dudosa y casi se puede negar la existencia de este templo en la época goda, y muy particularmente antes del período en que floreció san Ildefonso, el cual no falta quien suponga fue bautizado en él.

Ya subyugada Toledo por los infieles y en los primeros tiempos de su dominación, cuando aún dormía el fecundo germen del genio árabe en el fondo de su guerrera sociedad, debió erigirse la primitiva fábrica. Su planta, subdividida en naves como las de los templos cristianos que habían visto a su paso a través de los restos de la civilización gótica; el severo arco de herradura sencillo y sólido al par, que abre la comunicación entre ellas; el empleo de capiteles pertenecientes a otros edificios godos, y por último, el carácter especial que, impreso en tan remota época al cuerpo de su iglesia, no han bastado a borrarle los siglos y las modificaciones por que ha pasado, no dejan algún género de duda sobre este particular.

Si luego que el arte mahometano desplegó sus galas, desenvolviéndose al par que su literatura y su genio científico, adornó con sus elegantes caprichos los muros de esta mezquita, como hizo en esta misma ciudad con algunos otros, ningún resto ha quedado merced al que pueda colegirse la época en que esto se pudo verificar. Autores respetables, y nosotros con ellos, creen que efectivamente los muros interiores y los grandes arcos que forman el cuerpo del edificio han estado engalanados conforme al gusto árabe en su segunda época, desapareciendo estos delicados adornos en alguna de las últimas y radicales restauraciones que se le han hecho en tiempos en que las bellezas de este género en nada se tenían.

Cuando se recuperó Toledo del poder de los musulmanes, esta mezquita debió quedar incluida en el número de aquellas que los vencidos conservaron, merced a las cláusulas de su capitulación, para el ejercicio de sus ceremonias religiosas.

Prueba de una manera evidente esta opinión el contenido de una de las dos inscripciones árabes que por orden de don Felipe II se quitaron de las puertas de esta iglesia, al par que otras varias que se encontraban repartidas por la ciudad y que, según traducción que se hizo de ellas en el siglo XVI por algunos moriscos que vinieron a Castilla, cuando después de la rebelión de las Alpujarras se diseminaron en gran número por toda la Península, decían así:

En la que estaba incrustada sobre la clave del arco de la puerta de la cruz:

La oración y la paz sobre nuestro señor y profeta Mahoma: todos los fieles cuando se fueren a acostar a la cama, mentando al alfaqui Morabito Abdalá y encomendándose a Él, en ninguna batalla entrarán que no salgan con victoria; y en cualquiera batalla contra cristianos al que untare su lanza con sangre de cristianos y muriese aquel día irá vivo y sano abiertos los ojos al paraíso: y quedarán sus sucesores hasta la cuarta generación perdonados.

En la que se arrancó de la sepultura de un musulmán llamado Golondrino:

Dios es grande. La oración y la paz sobre el mensajero de Dios. Esta piedra es traída de la casa de Meca tocada en el arca que está colgada donde está el zancarrón; todos los que pusieren las rodillas en ella para hacer la zala y adoraren en ella o besaren en ella, no cegarán ni se tullirán: e irán al paraíso abiertos los ojos. Fue presentada al rey Jacob en testimonio de que no hay más que un Dios.

De estas dos inscripciones, la primera se conoce desde luego que fue puesta en el lugar en que se conservó hasta el año 1572 antes de ser ocupada la ciudad por los cristianos. El sangriento carácter de odio hacia nuestra raza que en ella domina, hubiera hecho imposible la colocación de este enérgico grito de rebeldía en un lugar tan público cuando las armas castellanas dominaban ya en Toledo.

En cuanto a la segunda, la circunstancia que en ella se expresa de haber sido presentada la piedra que la contiene al rey Jacob, corrobora el aserto de los que opinan por qué el templo se conservó en poder de los mahometanos algún tiempo después de la Reconquista, pues el rey a que la inscripción alude, que no puede ser otro que el hijo de Abd-el-mon, rey de los almohades, conocido por Juzeph entre nuestros historiadores, vino a España por los años de 1156 a 1157, posterior a este suceso, y en la cual solo en un edificio religioso destinado al culto de los sectarios del Corán pudo haberse colocado una sepultura con semejante epitafio.

Resulta, pues, probado, por medio del contenido de estas leyendas, si no de una manera absoluta, al menos con indicios vehementes, el error de los que suponen a la parroquia de San Román, erigida, como la mayoría de las de Toledo, durante el reinado de don Alfonso VI. Error que, como dejamos dicho más arriba, patentiza asimismo el carácter propio del primer período de la arquitectura a que pertenece esta iglesia, el cual se reconoce desde luego en la forma de sus arcos, en el género de los capiteles que los sustentan y en la disposición de la planta que la traza.

Abandonada algún tiempo después esta mezquita por sus posesores los árabes, no sabemos mediante a qué circunstancia sin duda la poderosa familia de los Illanes, que tuvo su palacio contiguo a ella, hubo de tomarla bajo su patronato, como sabemos que por otros magnates se hizo en la misma época con la de Santa Leocadia en la vega antes de su reedificación.

Solo así se explica que don Pedro Illán, padre del célebre don Esteban, del que más adelante hablaremos, se titulase con el sobrenombre de Sancto Romano, cognomento que ha dado lugar a que algunos le atribuyesen la erección del templo conocido con esta advocación.

No puede asegurarse si en tiempos del citado don Pedro, o ya como sienten la mayor parte de los historiadores, algunos años después de su muerte, y por mandato de su hijo don Esteban Illán, se reparó gran parte del edificio, levantando en uno de sus extremos la elegante y fortísima torre en que tuvo lugar, poco después de su edificación, un hecho histórico importante, en el que don Esteban desempeñó un principal papel, razón por la que tampoco ha faltado quien creyera debido a este personaje la completa erección del templo.

Entre estos últimos puede contarse al docto jesuita Mariana, el cual, ocupándose en su Historia general de España de los disturbios que tuvieron lugar en toda Castilla durante la menor edad de don Alfonso VIII y al referir su desenlace, llevado a término en esta torre, se expresa de este modo:

«Don Esteban de Illán, ciudadano principal de aquella ciudad, en la parte más alta de ella, a sus expensas edificara la iglesia de San Román, y a ella pegada una torre que servía de ornato y fortaleza. Era este caballero contrario por particulares disgustos de don Fernando (de Castro) y de sus intentos. Saliose secretamente de la ciudad y trajo al rey disfrazado, con cierta esperanza de apoderalle de todo. Para esto lo metió en la torre susodicha de San Román. Campearon los estandartes en aquella torre, y avisaron al pueblo que el rey estaba presente. Los moradores, alterados con cosa tan repentina, corren a las armas: unos en favor de don Fernando; los más acudían a la majestad real; parecía que si con presteza no se apagaba aquella discordia, que se encendería una grande llama ya revuelta en la ciudad; pero como suele suceder en los alborotos y ruidos semejantes, a quien acudían los más, casi todos los otros siguieron. Don Fernando, perdida la esperanza de defender la ciudad, por ver los ánimos tan inclinados al rey, salido de ella, se fue a Huete, ciudad por aquel tiempo, por ser frontera de moros y raya del reino, muy fuerte, así por el sitio, como por los muros y baluartes. Los de Toledo, librados del peligro, a voces y por muestra de amor, decían: Viva el rey

Algunos años después de ocurrido este suceso, el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada bendijo la iglesia, rehabilitándola para el culto. Sobre la puerta de entrada y en la parte interior del muro, se lee una inscripción conmemoratoria de la solemnidad, concebida en estos términos:

Consagró esta iglesia el arzobispo d. Rodrigo, domingo veintidós de junio, era mil doscienta cincuenta y nueve.

En el siglo XVI sufrió el edificio una modificación notable que, haciendo desaparecer el ábside árabe del templo, dotó a este de una suntuosa capilla mayor, perteneciente al gusto plateresco una de las más acabadas y elegantes obras de este género de arquitectura, entonces en su más alto grado de esplendor.

Por último, sin que nos sea posible fijar la época precisa, se han llevado a cabo en el cuerpo de la iglesia varias restauraciones de poco interés, pero en las que han presidido el mal gusto y la ignorancia que tanto mal han causado en casi todos los monumentos del arte de esta ciudad.

Merced a ellas, han debido desaparecer los arabescos de los muros y se han ocultado con mezquinos cielos rasos las soberbias techumbres de alerce, formando casetones y figuras geométricas, obra debida al genio musulmán y que prestaba al edificio, que aún conserva la disposición de esta arquitectura, un carácter marcado y propio de su género.

Hecha en breves palabras la historia de la parroquia de San Román, apuntadas las épocas en que sufrió las diversas restauraciones por que ha pasado, vengamos ahora a su descripción tal como en nuestros días puede verse.

La iglesia, que se halla colocada de occidente a oriente, consta de tres naves de medianas proporciones; divídense estas naves entre sí por grandes y macizos arcos de herradura, que se apoyan en columnas chatas y gruesas. Estas columnas, propias del primer período de la arquitectura árabe y muy semejantes a las que encontramos y dejamos descritas en la monografía de la ermita del Cristo de la Luz, carecen de basa, y coronan sus fustes, gruesos y sin proporciones arquitectónicas, unos capiteles toscamente esculpidos, grosera imitación de los pertenecientes a los géneros clásicos y propios sin duda alguna, como los de Santa Leocadia, de la época goda. En la exacta lámina que ofrecemos a nuestros lectores, y que lleva por título Capiteles diversos de Toledo, puede verse la reproducción de uno de estos curiosos y raros ejemplares de una arquitectura casi desconocida y cuyas huellas se han borrado por completo de los muros de nuestros más antiguos edificios.

La capilla mayor que, como ya dijimos, pertenece al género plateresco en su buena época y está situada en la cabecera de la principal de las naves, es digna de particular estudio por la elegante y armónica disposición de las partes que la componen y la delicadeza y maestría de los adornos y detalles con que estas se engalanan.

Consta de cuatro grandes arcos, dos abiertos en la nave central, y dos figurados en los muros laterales; sobre estos cuatro arcos e igual número de pechinas corre la imposta que sostiene la media naranja o cúpula que cubre esta parte del templo, y a través de los vanos de la cual penetra la luz que escasamente la ilumina.

Decoran esta cúpula y el arco inmediato al altar mayor anchas fajas de casetones y compartimentos que incluyen florones de hojas picadas; cuatro cariátides sostienen el friso de donde estos parten para voltear siguiendo las líneas curvas de la fábrica; y en cada una de las pechinas, entre los adornos que le sirven de marco, se observa un medallón circular de bastante mérito con el busto de un evangelista en alto relieve.

El retablo, que ocupa el muro del frente y está colocado en un grande altar que se eleva del pavimento de la iglesia sobre algunos escalones de mármol, pertenece al estilo del Renacimiento, se adorna con un gran número de esculturas y bajos relieves apreciables, y guarda bastante armonía con el género de ornamentación de la capilla.

Compónese de dos fajas verticales, compartidas en recuadros, que flanquean un cuerpo de arquitectura colocado en el centro. Estos recuadros contienen buenas esculturas en medio relieve, pintadas y estofadas según la costumbre de aquel tiempo, las cuales representan en los más bajos dos figuras arrodilladas que, a juzgar por los trajes y el lugar en que se las mira, parecen ser de los fundadores, detrás de las cuales están, en el un recuadro san Jerónimo y en el otro san Juan Bautista, y las restantes la Anunciación, el Nacimiento, Jesús atado a la columna, el entierro del Redentor y dos escudos de armas, sin duda de los patronos, con los que rematan las fajas laterales del retablo. En medio de este, como queda expresado, se levanta una bien dispuesta máquina arquitectónica dividida en cuatro cuerpos pertenecientes al orden dórico el primero, al jónico el segundo, y los dos restantes al corintio. Consta cada uno de estos cuerpos de cuatro columnas, en el espacio intermedio de las cuales existen doce figuras de bulto redondo, representando los doce apóstoles en los de los costados, y un Calvario y los Desposorios de san Joaquín y santa Ana en los superiores del centro.

Ocultan los bajorrelieves de la parte inferior un tabernáculo de muy mal gusto, que ocupa la mesa del altar, y el todo del retablo termina con una imagen del Padre Eterno.

En la capilla del costado de la epístola se encuentra otro retablo con nueve tablas recomendables, de autor desconocido, pero que por el carácter de su dibujo, la especial disposición de las figuras y el plegado de los paños, puede afirmarse que pertenecen a la primera mitad del siglo XVI. Los asuntos que en ellas se contienen son: la Anunciación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Huida a Egipto, la Cena, el Descendimiento, dos santos de cuerpo entero y un san Miguel.

Fuera de estos dos retablos que ya hemos dado a conocer, no se encuentra en la iglesia objeto de arte alguno acreedor por su mérito especial a que sea mencionado en esta historia.

No concluiremos, sin embargo, la descripción de esta antigua parroquia sin trasladar algunos de los muchos epitafios pertenecientes a damas de alto linaje, hidalgos y guerreros, que se ven distribuidos por las naves, ya en los muros, en el pavimento o al pie de las aras.

Colocados en su mayor número durante el siglo XII y parte del XIV, dan una idea de la civilización del pueblo castellano en aquella lejana época y del estado de ruda sencillez de su literatura.

En el muro interior de la puerta de entrada, a la izquierda, existe uno que dice así:

Qui legis hic sculptos
Vers dictamine cultos
Huc noveris dice
Virum petrum roderici
Cum fuerit miles
Voluit res spenere viles.
Mundus nam flores
Falsos quos spond honores
Corrupit mores
Miseros facit inferiores
Dum...

En la derecha, y en una lápida blanca, se lee en caracteres de relieve esta otra inscripción:

Dignus: eques: lau[de:]
Strenus: pius: sine: frau[de:]
Que fragiles gen[tes:]
Pariter: rapit: adq: poten[tes:]
Atamen: oxpe: sup: tibi:
Sit: reus: iste: parcere:digueris:
Qi: fons: pietatis: miseris:
Obiit: Micael: Illa: xiii:
Dia: de: marzo: era: M: CCCVI:

Junto a un altar consagrado a la Virgen de los Dolores, y en una losa incrustada en el muro, se lee:

Ingenus: mi[les:] Juvenum: flor: vas: prit[atis:]
Res: Fugiens: VI[les:] Didacus: cultor: bon[atis:]
Annis: bis: denis: stnis: vix: ben: plenis:
Flore juventutis raptus mebris resolutis
Ista: sub: petra: dormit: sit: spiritus: etra:
Obiit: in: mense: nobeb: era: M: CC: LXXX: VIII:

En el último poste de la nave principal, sobre un retablo, se encuentra esta leyenda:

Miles famosus:--probatus armis et generosus:
Qui yacet ornandus:--titulis laudum memorandus:
Large danda dabat:-- nullis donanda negabat:
Et cunctis prodesse: --nullis cupiebat obesse:
Obiit alfonso p. En iii dias dabril. E. Mcccxi:

A los pies de la iglesia en la nave del evangelio hay esta otra:

Esse: velut: rorem:
Vite: presentis: honorem:
Dico: per: Alfonsum.
Roderici: qm: sibi: sponsum:
Gratia: det: Christi:
Quia: esternitur: omine: tristi:
Matri: quem: charum:
Tribuit: cloto: mors: dat: amarum:
Qui: quam: s: esset:
Juvenis: mutisq: presset:
Hic: jacet: ede: brevi:
Claus: mortis: Dominevi:
Obiit: X: die: october: era: M: CCC: XX:

Semejantes a estas lápidas existe un gran número, todas pertenecientes casi a la misma época, y entre los epitafios de las que se leen nombres, tales como Lupa, Fernán González, Diego González, Ruiz Díaz y otros.

También se ven en el suelo grandes losas fúnebres con inscripciones, escudos de armas y orlas de adornos, y entre ellas la de don Gonzalo Illán, nieto del ya citado y célebre don Esteban, la de un Lope Hernández de Madrid y un Nuño Álvarez, y algunos otros más o menos desconocidos.

He aquí todo lo que de notable se halla en el interior de esta parroquia, hoy filial o ayuda de la de Santa Leocadia. En cuanto al exterior nada ofrece digno de estudio, si se exceptúa su magnífica torre.

Esta, que pertenece al género de arquitectura creada por los musulmanes y puesta aún en práctica por los cristianos después de la Reconquista, es de ladrillo toda, tiene cuatro frentes y se divide en tres cuerpos, de los cuales el inferior es completamente liso, el segundo se adorna con ocho vanos o ajimeces de arco de herradura sencillo, y el último con una serie de ornamentales estalactíticos, sobre el que se ven doce huecos o ventanas incluidos en un ancho arrabá de perfil ojival los unos, y de la misma figura compuesta de porciones de círculos los otros, rematándose el todo por un tejaroz con canecillos.

En la lámina titulada Torres árabes de Toledo ofrecemos una copia exacta de este curioso monumento de la historia y del arte.


SAN SALVADOR

Si se ha de tener en cuenta la autorizada tradición que encontramos en algunos cronistas e historiadores toledanos acerca de la fundación de esta parroquia, no cabe duda alguna que tuvo lugar algún tiempo después que la del resto de sus compañeras, las cuales, como dejamos dicho, se remontan en su mayor número a los primeros años de la Reconquista.

En efecto; ocupada la ciudad por los cristianos, merced a las estipulaciones hechas de concierto con los sectarios del Profeta, sus antiguos dominadores, quedaron algunas mezquitas abiertas y destinadas a las ceremonias religiosas de los musulmanes. Entre otras, debió contarse en este número la que desde muy remotos tiempos se encontraba en el mismo lugar en que hoy se alza la parroquia objeto de estas líneas.

Ocupando el trono de Castilla don Alfonso VII, época en que este edificio se conservaba aún con el carácter de templo mahometano, aunque no sabemos si cerrado al culto de esta religión, lo que es más probable, o en el ejercicio de sus prácticas, tuvo lugar el suceso que señalan como causa de su engrandecimiento y consagración al servicio del verdadero Dios, el cual vamos a referir tal como lo hemos encontrado en algunos autores respetables.

Una tarde en que la piadosa reina doña Berenguela, esposa del emperador don Alfonso, salió del palacio acompañada de algunas personas de su servidumbre con objeto de pasear por las afueras de la ciudad, cuando se encontraba cerca de este templo, fue sorprendida por una tempestad tan repentina y furiosa que, no permitiéndole continuar adelante ni retroceder a su alcázar, la obligó a guarecerse dentro de la mezquita de la lluvia y el pedrisco que se desgajaban de las nubes en turbiones.

Ya puesta a cubierto del temporal, como la fuerza de este se hiciese de cada vez mayor, redoblando el estampido de los truenos y el silbo del viento, atemorizada la reina, mandó con el ejemplo postrarse a su servidumbre, e hizo oración a fin de que la tempestad cediese. Sucedió esto a las pocas horas, y sea que la reina lo hubiese ofrecido así a Dios, sea que el rey no quisiera permitir que el lugar santificado por la solemne oración de su esposa se conservase en poder de los mahometanos, el hecho es que don Alfonso mandó consagrar la mezquita como templo católico, elevándolo a la categoría de parroquia, en la que se conservó hasta nuestros días, en que por el último arreglo fue suprimida a par de la de San Antolín que le estaba agregada.

Esta es, en breves palabras, la historia de la fundación de esta parroquia, en memoria de la cual es fama que se colocó, en una hornacina abierta en el muro sobre la clave del arco que daba ingreso al templo, una estatua de la reina doña Berenguela, la cual ha desaparecido en alguna de las muchas restauraciones y modificaciones por que ha debido pasar este templo, como todos los que a tan lejana época se remontan.

De estas restauraciones solo haremos mérito de las más radicales.

Consagrada ya la iglesia, como anteriormente se ha expresado, elevósela a la categoría de parroquia, colocándola bajo la advocación del Salvador en el misterio de la Epifanía o Adoración de los Reyes, porque en el mismo día en que la iglesia católica celebra esta fiesta se proclamó y coronó el rey don Alfonso en la ciudad de León.

Al dedicar la mezquita al ejercicio de nuestras sagradas ceremonias religiosas, es de presumir que, salvo las modificaciones necesarias a las exigencias del nuevo culto, en nada se tocaría a la planta y ornamentación de la fábrica árabe, pues no solo este género estaba muy en uso y se conservaban templos cristianos pertenecientes a esta arquitectura, sino que muchos de los que nuevamente se construían afectaban la misma forma y estilo.

En este estado debió continuar hasta el siglo pasado en el que, tal vez por amenazar ruina o por otras causas que no es posible señalar con fijeza, se reedificó por completo.

Un incendio ocurrido en el año 1822 consumió parte de este edificio, deteriorando el resto de tal modo que hubo necesidad de repararle de nuevo, aunque con bastante mezquindad. Pertenece a la arquitectura grecorromana y consta de tres naves pequeñas. Ni estas ni la capilla mayor ofrecen particularidad alguna notable, pues sus proporciones son raquíticas y su ornamentación pobre y escasa.

Los altares, incluso el mayor, cuyo tabernáculo es de madera pintada y al que sirve de retablo un lienzo de grandes dimensiones y mediano mérito que representa el misterio de la Epifanía, carecen asimismo de mérito artístico que los haga acreedores a especial mención.

A los pies de la nave de la epístola se ve una capilla cuya entrada defiende una sencilla verja de hierro, y en uno de cuyos muros y grabada en una lápida de mármol, se encuentra una inscripción. Por esta se viene en conocimiento del nombre del fundador, el cual, según la leyenda, fue vecino de Toledo, se llamaba Juan de Illescas, y dejó algunos bienes para los capellanes, el cura y la fábrica parroquial, hacia fines del siglo XVI, época en que ocurrió su fallecimiento.

Es verdaderamente singular la observación del señor Parro a propósito de esta leyenda, haciendo notar que en determinadas frases o palabras de ella han sido picadas multitud de letras para hacer imposible la lectura de algunos párrafos.

También es digna de ser observada una pila bautismal de grandes dimensiones que se encuentra en esta misma capilla, la cual es de barro cocido, y así por su particular estructura como por la extraña ornamentación con que se engalana, pintada de colores y bañada con ese barniz propio de los alicatados o azulejos moriscos, constituye un objeto de arte curioso en su género y digno de estima.

Los adornos, que son de un relieve ligeramente realzado, consisten en elegantes molduras, hojas entrelazadas, escudos de armas y una inscripción latina en caracteres góticos que corre entre filetes por el borde y que la falta de unas letras y el sensible deterioro de otras no permite descifrar por completo. Puede asegurarse, sin embargo, que son trozos de un salmo en que se cantan las excelencias del santo sacramento del bautismo, símbolo de la redención del hombre.

Otra capilla existe en el mismo cuerpo de la iglesia, colocada en la cabecera de la nave colateral del evangelio y dedicada a san Gregorio, la que, aun cuando tampoco ofrece en su construcción nada de notable, tiene un antiguo retablo ornado con algunas pinturas en tabla, dignas de recomendación por su lejana fecha más que por su mérito, y en las cuales pueden estudiarse los primeros pasos del divino arte que, andando el tiempo, había de dotar los magníficos templos de esta ciudad de tantas obras maestras.

Terminada la ligera reseña de este, hora es de que pasemos a ocuparnos de la capilla de Santa Catalina, pequeña aunque inestimable joya del arte, que los condes de Cedillo, sus patronos, hicieron construir en esta misma iglesia, aunque independiente de ella y separada del resto del edificio por una magnífica verja de hierro, cuya lujosa ornamentación y prolijos detalles pertenecen al género plateresco que tantas muestras de su perfección y elegancia dignas de estudio dejó en aquel lugar.

La fábrica de esta capilla es toda de piedra y su arquitectura, ojival. Consta de cuatro muros sobre los cuales corre un ancho friso coronado de una imposta, sobre la que se eleva la bóveda. Subdividen esta en cascos varios nervios que la cruzan en distintas direcciones y que recaen reunidos en los ángulos sobre cuatro lujosas repisas apuntadas a los muros. En los puntos de intersección de estos nervios se ostentan florones picados, viéndose asimismo en todas partes entre la ornamentación, ya en los remates de las aristas de la bóveda, ya en la fajas ornamentales del muro, los blasones del fundador.

Una leyenda, en caracteres dorados góticos-germanos, que corre entre filetes sobre un fondo azul alrededor de los cuatro lienzos que constituyen la capilla y sobre su parte superior, como sirviéndole de friso, da a conocer el nombre y calidad de este, y dice así:

Esta capilla mandó facer el honrado caballero Ferrando Álvarez de Toledo, secretario y del consejo de los cristianísimos príncipes el rey don Fernando y la reina doña Isabel.

Pero si notable es esta capilla por la majestuosa sencillez de su fábrica, levantada en una de las épocas más florecientes del género de arquitectura a que pertenece, lo es mucho más por los objetos de arte que encierra, de los cuales, aunque no con el detenimiento que desearíamos por no permitirlo así la índole de nuestra obra, daremos una idea aproximada y suficiente a satisfacer la curiosidad de nuestros lectores.

En el muro que sirve de cabecera a la capilla, que es el que se encuentra en la parte de oriente, se ve el principal de los retablos con que esta se adorna, el cual es todo de madera dorada y pertenece al estilo ojival florido en uno de sus más brillantes períodos. Consta de tres cuerpos, cada uno de los cuales se divide en cinco espacios o compartimentos, separados entre sí por esbeltísimos juncos y haces de columnillas apiñadas, y cobijados por doseletes enriquecidos con lujosa y elegante ornamentación propia del género, como tréboles, crestería cairelada, series de arcos ornamentales y agujas engalanadas con grumos y hojas desenvueltas; todo tan prolijamente tallado y dorado que hacen este retablo digno de competir en gusto y mérito con los mejores de su estilo que se encuentran en la catedral.

Las hornacinas, abiertas en los espacios centrales de estos tres cuerpos, están ocupadas por figuras de talla, en las que se nota impreso desde luego el carácter de incorrección propio de la escultura en la época a que se deben, pero que armonizan perfectamente con el resto de la obra de que forman parte. La que ocupa el hueco central de la primera zona representa a santa Catalina, virgen y mártir, bajo cuya advocación se encuentra la capilla; la del segundo, a la Madre del Redentor con su Divino Hijo en los brazos, y la del tercero, un crucifijo con la Virgen María y el discípulo predilecto a los pies.

Los compartimentos restantes, que son en número de doce, contienen otras tantas pinturas en tabla bastante recomendables, teniendo en cuenta que pertenecen a los últimos años del siglo XV, época en que apenas comenzaba a despuntar la aurora del Renacimiento de las artes en España.

Los asuntos de estas tablas son: en el cuerpo superior, el Prendimiento de Cristo, la Vapulación, el Descendimiento de la Cruz y su gloriosa Resurrección; en el intermedio, la Encarnación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes y la Huida a Egipto; completando las doce en el bajo, las imágenes de los apóstoles san Pedro, san Juan Evangelista y san Tadeo, con la del divino precursor san Juan Bautista.

Corriendo a par de una ancha moldura, que sirve de marco a este retablo, pueden leerse los versículos de un himno en que se ensalza a la Virgen María, y que comienzan de este modo:

O gloriosa Dómina
Esclesa supra sidera
Qui te creavit provide
Lactasti sacro úbere
Quod eva tristis ábstulit
Tu redis almo gérmine & ca.

Rehundido en el muro del norte se encuentra, dentro de esta misma capilla, un pequeño oratorio, compuesto de tres lienzos de pared lujosamente engalanada, con filetes de oro y azul, sobre los que se levanta una caprichosa bóveda, imitando un artesonado árabe, cuajado de menudísimas labores, figuras geométricas y caireles; todo tan prolijamente labrado y dorado que causa maravilla el verlo. Ocupan el centro de cada uno de estos muros, que constituyen el oratorio, una lápida de alabastro magistralmente esculpida. Circundadas de una orla de adornos del mejor gusto, se leen en ellas las siguientes inscripciones, que dan a conocer el objeto de esta lujosa construcción.

En la del muro de la izquierda del espectador:

D.Joannes de Luna Archidiáconus de Galisteo; Canonicus toletanus Prothonotarius Apostolicus, filius Antonii Álvarez de Toleto et D. Mariae Ponce de Leon. Obiit anno salutis milésimo quingentésimo trigésimo quarto quarta décima die Nobembris aetatis suae anno trigésimo quinto.

En la del de la derecha:

D. Bernardinus Illanus de Alcaraz Escholasticus et Canonicus toletanus, Prothonotarius Apostolicus. Obiit segundo Novembris anno Domini millésimo quincentésimo quincuagésimo sexto. lxxii aetatis suae.

En la del frente:

D. Joannes Álvarez de Toleto Scholasticus et Canonicus toletanus Prothonotarius Apostolicus. Obiit die xxv Jullii, anno salutis millésimo quincentésimo quadragésimo sexto, aetatis suae sexagésimo octavo

Defiende la entrada de este gran arco sepulcral una lindísima verja de hierro, trabajada con grande perfección, la cual pertenece al gusto plateresco, ostenta ricos medallones dorados, caprichosas hojarascas y molduras, concluyendo con una porción de elegantes candelabros que le sirven de remate o corona.

Además del retablo principal, que ya dejamos descrito, se conservan en este sitio otros dos de indisputable mérito, aunque pertenecientes a diverso estilo.

Trájose hace muy pocos años el mayor de ellos del convento de San Miguel de los Reyes (vulgo de los Ángeles) por amenazar ruina aquel edificio, y colocose en esta capilla, por pertenecer a los antecesores de sus nobles patronos. Está maravillosamente construido conforme al gusto plateresco; se divide en cinco zonas, distribuidas en anchas fajas de compartimentos cuadrados, que, en número de cuarenta y cinco, rodean las tres grandes hornaciones que verticalmente colocadas ocupan el centro.

El gran marco que forma la caja, como igualmente los zócalos, frisos y columnitas que separan los espacios entre sí, están primorosamente tallados con adornos, bajorrelieves, guirnaldas y figuras del género, doradas y estofadas con la mayor escrupulosidad.

Ocupa la hornacina del centro una imagen de Nuestra Señora con el niño Dios sobre sus rodillas; la superior un Calvario y la del cuerpo bajo se encuentra vacía. Los cuarenta y cinco compartimentos en que se subdivide el retablo están asimismo ocupados por igual número de tablas, pintadas al óleo de mano de un autor desconocido, aunque de bastante mérito. Estas, que son treinta de unas dimensiones exactas y quince más pequeñas, representan asuntos de la vida de Jesucristo y de la Virgen María como la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Oración del Huerto, la calle de la Amargura, el Descendimiento de la Cruz, la Resurrección, la Aparición del Resucitado a santo Tomás, el mismo suceso con la Magdalena, la Ascensión, la Venida del Espíritu Santo, la Predicación del Redentor al pueblo y otros muchos pasajes del Nuevo Testamento con una porción de santos y santas que sería prolijo enumerar, pero en la ejecución de los cuales revela el ignorado pintor grandes dotes de colorista y dibujante.

El otro retablo, colocado sobre un altar que se encuentra a la derecha de la puerta que sirve de entrada, es bastante más pequeño que los anteriores, pero acaso exceda a todos en el gusto de su disposición, la delicadeza de sus entalles y el buen gusto de sus ornatos.

Pertenece, como el que posteriormente hemos descrito, al género plateresco y es, a no dudarlo, una de sus más acabadas y recomendables muestras. Está construido de madera pintada y dorada, y su disposición es tan sencilla como elegante. Compónese de un ancho zócalo que asienta sobre la mesa del altar que es de riquísimo mármol. Llenan este zócalo multitud de caprichosos adornos propios del género y tallados con tal maestría que, no sin gran fundamento, puede atribuirse su ejecución, como algunos lo han hecho, al célebre Berruguete, que vivía en Toledo por el tiempo en que se llevó a cabo esta notable obra.

Forman estos lujosos ornatos tres óvalos, en el centro de los cuales y pintados al claroscuro, se ven las figuras de san Miguel, santa Inés y santa Catalina. Descansan sobre el zócalo las elegantes bases de dos columnas cuajadas de entalles, hojas ornamentales, figuras y guirnaldas de flores, sobre cuyos capiteles se apoya el cornisamento que sirve de remate al retablo, y por el friso del cual y contenida entre lujosas molduras, se extiende una faja de adornos digna del resto de la ornamentación, dibujada y relevada con tanta gracia como atrevimiento. Pero lo que con preferencia merece fijar la atención de los inteligentes, es la tabla debida a un eminente autor, cuyo nombre se ignora, que ocupa el espacio del intercolumnio y representa a nuestro Divino Redentor enclavado en la cruz, con su sacratísima Madre a la derecha, el apóstol san Juan a la izquierda, la Magdalena a los pies y en los ángulos inferiores los retratos de los dos maestrescuelas don Juan Álvarez de Toledo y don Bernardino de Alcaraz, patronos y fundadores de esta capilla. Cuanto dijéramos acerca de esta obra de arte, para dar a nuestros lectores una aproximada idea de su mérito, sería inútil; baste decir que, tanto por su vigorosa entonación, por la sencilla y majestuosa disposición de sus figuras y la manera resuelta con que está tocado el asunto, puede compararse con las mejores entre las más notables que se encuentran en esta ciudad que tantas riquezas de este género posee en sus renombrados templos.

En el mismo muro en que se halla este retablo que, según se expresó más arriba, es en el que se abre la puerta de ingreso, y colocada a la derecha, llama la atención una lápida semejante a las que encontramos en el gran arco sepulcral o pequeño oratorio del lienzo de pared del norte; como aquéllas, es de alabastro y primorosamente esculpida con elegantes adornos y caprichos del estilo de Berruguete y Borgoña, en la cual se lee la siguiente inscripción:

En esta capilla de Santa Catalina están dotadas dos capellanías para que se diga una misa a la plegaria por el alma de Diego López de Toledo, comendador de Herrera de la orden de caballería de Alcántara, que está sepultado en el coro de San Miguel de los Reyes de Toledo. Dotólas por él D. Bernardino de Alcaraz, maestrescuela de Toledo, su hermano. MDLIII.

La capilla de Santa Catalina, en cuya descripción nos hemos detenido algo más por exigirle así la importancia de que goza entre los inteligentes y aficionados a las artes españolas que tan ricas muestras de su engrandecimiento dejaron en ella acumuladas, tiene independiente de la parroquia su sacristía con vasos, ornamentos y demás enseres necesarios al culto, como fundación aparte de San Salvador.

En cuanto a esta parroquia, diremos para concluir su monografía que después de ser suprimida como tal, quedó cerrada su iglesia aunque sin profanarla, por lo que en los últimos años ha vuelto a abrirse como filial o ayuda de su matriz, que lo es la de San Pedro.


SANTO TOMÁS APÓSTOL

Esta parroquia, conocida generalmente por Santo Tomé, debe su fundación a don Alfonso VI, siendo, por lo tanto, de las primeras que se erigieron en Toledo por tan piadoso rey después de la gloriosa reconquista. Debió construirse según las reglas del estilo árabe, si se tiene en cuenta que este es el género de arquitectura de su torre, único resto, en nuestro juicio, de la primitiva fábrica. Don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz y del que hemos hecho mención al hablar de la parroquia de San Justo y Pastor, hizo construir de nuevo este edificio a principios del siglo xiv.

De esta modificación radical del templo tampoco queda otro vestigio que la bóveda ojival de la capilla mayor, sumamente sencilla y despojada de ornatos, aunque no falta de solidez y gallardía.

Actualmente se compone el cuerpo de la iglesia de tres naves de regulares dimensiones y algunas capillas que poco o nada ofrecen digno de anotarse. Lo mismo puede decirse de la mayor parte de los retablos que se encuentran en sus altares, si se exceptúa el de la capilla mayor. Compónese este, que es en extremo sencillo, de un zócalo liso, sobre el que se levanta un cuerpo jónico flanqueado por dos columnas istriadas, sobre cuyos capiteles descansa el entablamento moldurado que le sirve de remate.

En el espacio intermedio de las columnas se encuentra un lienzo de grandes proporciones, debido al inteligente pintor de cámara don Vicente López, y una de sus más notables y últimas obras. Su asunto representa el momento en que Jesucristo, después de su gloriosa Resurrección, manda tocar al incrédulo apóstol santo Tomás la llaga de su costado. Hacen recomendable esta pintura moderna la suave entonación de sus tintas y la disposición de las figuras que, unidas a un diseño bastante correcto y de buena escuela, forman un conjunto de efecto agradable.

A los pies de la nave de la epístola y colocado sobre el sepulcro del reedificador de la parroquia se encuentra el famoso cuadro del Greco, con razón apreciado por los inteligentes como el más notable de su autor, y el cual recuerda una tradición célebre en esta ciudad, y a la cual don Sixto Ramón Parro, entre otros muchos autores respetables, no duda en calificar de hecho histórico, y nosotros reproducimos aquí con las mismas palabras que nos la refiere.

«Don Gonzalo Ruiz de Toledo -dice-, descendiente de los Toledos e Illanes, alcaide de esta ciudad y notario mayor del reino en tiempo de don Sancho el Bravo y don Fernando el Emplazado, de quienes era muy estimado por los muchos y buenos servicios que les hizo, pero que lo fue todavía más de la reina doña María, viuda del primero y gobernadora en la minoría del segundo, fundó, como ya tenemos dicho, el convento de San Agustín y el hospital de San Antón que hubo fuera de la puerta de Visagra, y reparó, todo a sus expensas, las parroquias de San Bartolomé, San Justo y esta de que nos ocupamos, en la que mandó enterrarse a los pies de ella en humilde huesa. Había nacido en las casas de su mayorazgo (que son ahora la parroquia de San Juan Bautista) a más de la mitad del siglo xiii, y no viejo falleció también en esta ciudad a 3 de diciembre de 1323; acudió a su funeral un gentío inmenso, tanto por la nobleza y calidad de su persona, cuanto por la fama de varón santo que por sus obras gozaba en todo el pueblo, y aconteció a vista de aquel numeroso y escogido concurso de clero, caballeros y plebeyos, que al acercarse a la hoya que conforme a su voluntad se le tenía dispuesta en el suelo a los pies de la iglesia, se aparecieron visiblemente san Agustín y san Esteban, con ornamentos episcopales aquel y este con los de diácono, y tomando entre los dos el cadáver, le dieron sepultura por sí mismos, sobrecogiendo de admiración y respeto a la concurrencia y desapareciendo en seguida, no sin decir antes a los que lo presenciaban estas terminantes palabras: “Tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos sirve”.

 Este hecho, sobre el que no dejarán de formarse juicios críticos y contradictorios en este siglo de incredulidad que pretende alcanzarlo todo y todo sujetarlo a la exigua medida de su pobre penetración, está probado en cuanto la fe humana puede exigir y el criterio desapasionado puede apetecer, con documentos y justificaciones que obran en expedientes archivados en Simancas y en el de la casa de los condes de Orgaz, y la tradición más incontrastable lo ha venido perpetuando de generación en generación.»

En efecto, en el siglo XVII, época en que pintó este lienzo notable Dominico Theutocopoli, generalmente conocido por el Greco, Andrés Núñez de Madrid, cura que era a la sazón de esta parroquia, deseando colocar los restos del piadoso conde en un monumento más digno de sus esclarecidas virtudes y alto linaje, solicitó del gobernador del arzobispado don Gómez Tello Girón permiso para llevar a efecto esta obra y trasladar el cadáver.

El prelado, después de examinar los documentos originales relativos a este portentoso suceso, acordó, según palabras precisas que constan en el expediente instruido al efecto «que no era justo que manos de pecadores mudasen cuerpo que santos con las suyas habían tocado».

En vista de esta resolución, lo que se hizo por entonces fue levantar de nuevo y con mayor decoro la capilla última de la nave de la epístola, en la que se encuentra la sepultura.

Andado algún tiempo, el mismo párroco Núñez hizo examinar por personas autorizadas y merced a una cédula del rey don Felipe II los documentos y justificaciones del milagro que obran en el archivo de Simancas. Y con beneplácito del arzobispo don Gaspar de Quiroga, mandó pintar el cuadro de que nos ocupamos pagando a su autor 1.200 ducados de aquel tiempo, que equivaldrían a unos 24.000 reales de nuestra moneda actual.

El Greco, que llevó a cabo esta obra, seguramente la mejor de las suyas, el año de 1584, representó en ella el acto de tomar los santos, de las andas, el cuerpo del difunto conde, y depositarlo en la huesa en presencia del numeroso acompañamiento que contemplaba absorto el prodigio. La composición, en lo general, está bien dispuesta, hay movimiento y variedad en los grupos, naturalidad y sencillez en las posiciones, y un diseño más correcto de lo que generalmente se observa en los cuadros de este artista.

Entre los personajes que acompañan al cadáver y que en su mayoría son retratos, se encuentra el del cura que pagó este lienzo, vestido de una sobrepelliz y con un libro en la mano.

También se excedió asimismo el Greco en esta composición afortunada como colorista; lástima que, por una de esas extravagancias que lo caracterizaron, pintara sobre el fondo una nube cargada de racimos de ángeles tan apiñados, tan faltos de entonación y tan duros que turba la armoniosa disposición del asunto y afea y descompone su entonación.

No obstante este defecto, la obra en cuestión es digna de elogio, y puede considerársela como una de las más notables de su autor, que rivaliza en ella con nuestros pintores españoles de primera línea.

En una lápida de mármol negro, colocada debajo de esta pintura, se lee la siguiente inscripción, debida al maestro Albar Gómez de Castro:

D. V. Et. P. Tametsi properas, siste paululum viator, et antiquam urbis nostrae historiam paucis accipe. Dñs. Gonzalvus ruiz a toleto orgacii oppidi dñs. Castellae major notarius, vinter caetera suae pietatis monumenta thomae apostoli quam vides aedem ubi se testamento jusit condi, olim angustam et male sartam, laxiori spatio, pecunia sua instaurandam curavit, additis multis cum argenteis tum aureis donaiis. Dum eum humare sacerdotes parant ¡ecce res admiranda et insolita! Divus estephanus et augustinus coelo delapsi propis manibus hic sepeliernunt. ¿quae causa os divos impulerit? Quoniam longum est, agustinianos sodales non longa est via: si vacat, roca. Obiit anno xpi. M. CCC._XIII. caelestium gratum animum audisti: audijam mortalium inconstantiam. Eclesiae hujus curioni et ministris, tum etiam parroquiae pauperibus arietes 2, gallignas 16, vini utere 2, lignorum vecturas 2 nummos quos nostri morapetinos vocant 800 at orgatiis quotannis percipiendos idem gonsalvus testamento legabit. Illi, ob temporis diuturnitatem, rem obscuram fore sperantes, cum duobus ab hinc annis pium pendere tributum setentia convicti sunt anno ch. Mdlxx. Andrea nonio matritano hujos templi curione strenue, defendente, et petro rusio durone economo.

He aquí la traducción castellana que encontramos de esta interesante leyenda:

«Al Dios de los vivos y los difuntos.

Aunque vayas deprisa, detente un poco, caminante, y escucha en muy pocas palabras una antigua historia de nuestra ciudad.

Don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de la villa de Orgaz y notario mayor de Castilla, entre otra pruebas que nos dejó de su piedad, cuidó de que a su costa se restaurase con más amplitud esta iglesia que estás viendo de Santo Tomás Apóstol, antes angosta y mal fabricada, en la cual ordenó por su testamento le diesen sepultura, y la hizo además donativos de oro y de plata. Cuando los sacerdotes se preparaban a enterrarle, ¡mira qué cosa tan rara y maravillosa!, san Esteban y san Agustín bajan del cielo y le sepultan con sus propias manos. ¿Cuál pudo ser la causa que impulsase a estos santos? Por cuanto sería largo de contar, no están muy lejos de aquí los religiosos agustinos; si tienes tiempo ve allá y pregunta que ellos te lo dirán. Falleció año de Cristo de 1312.

Ya has oído los efectos de la gratitud de los habitantes del cielo; oye ahora la inconstancia de los mortales.

El mismo Gonzalo mandó en su testamento que los vecinos de Orgaz pagasen todos los años para el cura, ministros y pobres de esta parroquia dos carneros, dieziséis gallinas, dos pellejos de vino, dos cargas de leña y ochocientos maravedises. Pero los tributarios, esperando que el trascurso del tiempo habría oscurecido el derecho, rehusaron estos años pasados satisfacer la manda, mas fueron compelidos a hacerlo por sentencia de la audiencia (o chancillería) de Valladolid, en el año de 1570, habiéndolo defendido valientemente Andrés Núñez de Madrid, cura de este templo, y Pedro Ruiz Duro, su mayordomo.»

La esposa de don Gonzalo y un grande amigo suyo que se cree fuese el padre de esta señora, y que se llamaba Fernán González, se encuentran sepultados en esta parte del templo.

Cuando por última vez solaron la iglesia, desapareció el epitafio de la primera, pero según copia que de él se guarda estaba concebido en estos términos:

Aquí yace doña María González que dios perdone. fija de Fernán González de Mena, muger que fue de d. Gonzalo Ruiz de Toledo. Esta dueña fue buena e honrada e de buen vida e sierva de Dios. Fino a xv de febrero, era de M. e CCC e XLVI años.

Después de la supresión de su parroquialidad, esta iglesia de Santo Tomás ha quedado aneja en calidad de ayuda a la de San Martín.


SAN CIPRIANO

Fundada en los tiempos de don Alfonso VI, esta parroquia sufrió algunas modificaciones poco importantes, hasta que en el año de 1613 la reedificó por completo, dotándola de altares, vasos sagrados y ornamentos, el doctor don Carlos Venero de Leyva, canónigo de Toledo y protonotario apostólico.

El templo consta de una sola y reducida nave; pertenece al estilo del Renacimiento, aunque algo adulterado por el mal gusto churrigueresco que comenzaba a presentirse, y se encuentra separado de la capilla mayor por una verja de hierro plateresca, recomendada por su sencillez y elegancia. Los muros de esta parte principal de la fábrica están pintados al fresco con adornos y emblemas alusivos a la Virgen María; y en el altar, que no carece de mérito y pertenece a fines del siglo XVI, se venera una efigie de Nuestra Señora de la Esperanza, imagen a que los toledanos profesan particular devoción.

Decretada la supresión de esta parroquia, cuya iglesia poco o nada ofrece capaz de fijar la atención de los inteligentes y aficionados a las artes, la agregaron en calidad de filial o ayuda a la de San Andrés, su matriz.


SAN BARTOLOMÉ DE SAN SOLES

Esta parroquia, en la que se encuentran las sepulturas de los pintores tantas veces nombrados en el discurso de esta historia, Pedro de Orrente y Dominico Theoutocópoli, vulgarmente llamado el Greco, y que desde que se refundió en la de San Andrés, aunque no profanada, ha quedado sin uso alguno, pertenece al número de las que primitivamente se construyeron en esta ciudad.

De la reedificación llevada a cabo en su fábrica durante el siglo XIV a expensas, según queda dicho en otro lugar, del piadoso magnate don Gonzalo Ruiz de Toledo, solo restan hoy algunos vestigios, pudiéndose con trabajo observar sus huellas en el ábside o respaldo de la capilla mayor, que es circular y se engalana con algunas series sobrepuestas de arquitos árabes ornamentales, y en tal cual punto de los muros exteriores, en los que aún se distinguen los trazos de algunos arcos y adornos del mismo género.

Ni el edificio en general, ni la torre, que es extremadamente sencilla y pertenece al pasado siglo, ofrecen particularidad alguna digna de ser notada. Sus retablos de algún mérito y los buenos lienzos con que se enriquecían en mejores tiempos, han sido trasladados a otras iglesias, al hacer las reseñas de las cuales los daremos a conocer a nuestros lectores.

Réstanos advertir, antes de terminar la ligera noticia histórica de este templo, que aunque se le conoce por San Bartolomé de San Soles, esta última es voz corrompida de San Zoilo, santo que según tradición constante, tuvo una capilla a la entrada de la parroquia en una época bastante lejana.


SAN CRISTÓBAL

Siguió este templo, que hoy se encuentra cerrado al culto y en un lamentable estado de ruina, la suerte de casi todos los de Toledo. Erigido, no sabemos precisamente si en los primeros años de la Reconquista, pero indudablemente en el mismo siglo, gozó de la categoría de parroquia hasta la definitiva reducción de estas. Su fábrica antigua, de la que no quedan noticias, debió pertenecer al gusto árabe; la actual, construida a fines del siglo XVII o principios del XVIII, según las reglas del estilo grecorromano, es bastante pobre y sin cosa alguna que la haga digna de particular descripción.

Los altares, retablos, lienzos y objetos de arte de algún mérito con que se adornaba, han sido trasladados a otras iglesias.


SAN GINÉS

Aunque sin los datos precisos para autorizarla completamente, es opinión constante y no falta de fundamento, la de algunos escritores que suponen haber existido en el mismo lugar en que se encontraba esta iglesia, que se derribó no ha mucho, un templo romano, que los godos más tarde trasformaron en basílica cristiana, los árabes en mezquita agarena y los reconquistadores de Toledo en parroquia de esta ciudad.

El encontrarse en este edificio la entrada que daba paso a la famosa cueva de Hércules, objeto de tantas fábulas y tradiciones, ha contribuido poderosamente a robustecer y dar verosimilitud a la opinión de que dejamos hecho mérito en las anteriores líneas.

Lo que se halla fuera de toda duda es la postrera de estas trasformaciones, merced a la cual se convirtió en iglesia parroquial, de mezquita que fue durante la dominación mahometana. En este estado y sin haber sufrido más que algunas leves modificaciones en su fábrica, modificaciones que no bastaron a borrar el sello de su primitiva arquitectura, se conservó hasta nuestro siglo, en que no solo fue suprimida como tal parroquia cuando se verificó el último arreglo, sino que fue echado por tierra el edificio, dejando tan solo el área o solar que ocupaba.

Los altares, efigies y cuadros que adornaban la iglesia y capillas que en diversas épocas le agregaron, fueron trasladados en su mayor parte a San Vicente y a algunos otros templos de la ciudad.


SAN LORENZO

Se ignora la época fija de la fundación de esta parroquia, pero no cabe duda que pertenece al primero o segundo siglo de la Reconquista, si se ha de juzgar por las noticias que nos han quedado de su primitiva fábrica. Reconstruida en el siglo pasado, actualmente consta de tres naves, pequeñas y sin mérito arquitectónico de ninguna especie. Tampoco sus altares, incluso el de la capilla mayor, ni los lienzos que adornan sus muros ofrecen campo al examen de los inteligentes, que solo pueden fijar su atención con algún aprovechamiento en el retablo que ocupa el frente de una de las capillas, situada en la nave de la epístola. Compónese este de cinco tablas, de autor desconocido, recomendables por la corrección del dibujo, y que representan el misterio de la Anunciación de Nuestra Señora, la principal, y las otras cuatro a san Lorenzo, san Francisco, san Eugenio y santa Catalina.

Consérvase en esta iglesia, aneja hoy a la parroquia de San Justo y Pastor, una costilla de su santo titular, que trajo de la capital del mundo cristiano el cardenal González de Mendoza.


LA MAGDALENA, EN EL BARRIO DE AZUQUEICA

Se encuentra situada esta parroquia en un barrio de Toledo, distante una legua de la ciudad hacia la parte de oriente. En este barrio, que en otro tiempo se llamó Zuqueica, tuvo sus propiedades, y entre ellas el terreno que ocupa el templo, un poderoso magnate moro. En el año de 1095, don Alfonso VI, su nuevo señor, hizo donación de él a los monjes de San Servando, de cuyo dominio pasó más tarde al de la catedral.

La iglesia es muy reducida, desnuda de ornamentos arquitectónicos y falta de mérito que haga necesaria su descripción.

Antiguamente estuvo anejada, aunque con pila bautismal de por sí, a la parroquia de San Isidoro; en el día lo está, con las mismas condiciones, a la de Santiago.


SAN VICENTE MÁRTIR

La torre árabe de esta iglesia, que se derribó en el año de 1599 por amenazar ruina; su ábside, del mismo género, y los vestigios de arcos de herradura ornamentales que aún se pueden observar en sus muros, son una prueba irrecusable de la antigüedad de esta parroquia erigida en tiempo de don Alfonso VI.

Reedificada por completo en época muy posterior, consta de una sola nave desprovista de mérito arquitectónico. De la antigua fábrica solo resta una capilla. Encuéntrase esta junto a la sacristía; posee un retablo con algunas pinturas regulares, y fue fundada por el regidor de Toledo Alonso González de la Torre, el año de 1437.

En el retablo, que se encuentra en la cabecera del templo, y cuya traza y obra de arquitectura, pintura y escultura pertenece exclusivamente al Greco, demostró este artista las grandes dotes de inteligencia que poseía; dotes que le hubieran colocado a los ojos de la crítica desapasionada en un rango muy superior al en que se halla, sin el desarreglo de su genio y los caprichos y extravagancias de su desordenada fantasía.

El diseño es sencillo y elegante; la escultura que ocupa el nicho central y representa a san Vicente, mediana, y los lienzos en que se ven a los apóstoles san Pedro y san Pablo, como asimismo el que tiene por asunto la Aparición del Salvador resucitado a su divina Madre, merecen examinarse con detenimiento, a fin de poder apreciar las bellezas que poseen, aunque deslucidas por las locuras, que solo este nombre merecen, de su conocido autor.

Debido al pincel de este mismo artista es el lienzo que sirve de retablo al altar de la primera capilla del costado de la epístola.

Entre los otros cuadros que adornan los muros de la iglesia y la sacristía, solo nos parecen dignos de mención especial el san Juan Bautista colocado en el altar de una de las capillas del costado del evangelio; un santo Tomás, de Francisco Rici, y un san Vicente, de Simón Vicente.

De estos cuadros, unos se encuentran aquí desde muy antiguo y otros se trajeron, según dejamos dicho en otro lugar, de las iglesias arruinadas o cerradas al culto.

La parroquia de San Vicente, a la que se habían unido los feligreses de San Ginés, fue suprimida como matriz cuando sus compañeras y anejada a la de San Juan Bautista.


SAN ISIDORO

Esta parroquia, una de las más modernas, tuvo toda su feligresía fuera de la ciudad. Como ya se ha dicho, la de la Magdalena en Azuqueica fue su aneja en otro tiempo. Hoy tanto esta como aquella se han refundido en la de Santiago, quedando el templo que nos ocupa reducido a una simple ermita. El edificio es muy pequeño y no ofrece más de notable que la graciosa sencillez de su exterior, decorado con dos elegantes ajimeces, imitación de los que los árabes labraban en sus mezquitas y que, como verán nuestros lectores en la lámina que representa esta iglesia, le dan un carácter sumamente original. Los ornamentos interiores, como altares, efigies y cuadros son pocos y menos que medianos, razón por la que no nos detenemos a describirlos.


SANTA MARÍA MAGDALENA, EN CALABAZAS

Esta parroquia, que aún subsiste hoy con el carácter de rural, está situada hacia la parte oriental de Toledo y próxima a unas dehesas llamadas las Calabazas Altas y Bajas, propias de los marqueses de Malpica. El edificio vale muy poco, artísticamente considerado. Se reduce a una capilla pequeña que se ve en el caserío de la dehesa de Aín, propiedad del duque de Abrantes, a la cual se trasladó la parroquia por haberse arruinado su primitivo templo.

El párroco, que lo tiene propio, se halla obligado a decir misa todos los días de precepto, a fin de que no falten a esta piadosa práctica los campesinos de aquellas inmediaciones.


III. [PARROQUIAS CASTRENSES]

Terminada nuestra tarea histórica y descriptiva en cuanto concierne a las iglesias parroquiales de la ciudad de Toledo, réstanos añadir algunas últimas palabras acerca de las castrenses que en el día existen, y de otra que hubo en época bastante lejana y que ya ha desaparecido.

Se cuenta en el número de las primeras la que posee la Fábrica Nacional de Armas Blancas para servicio espiritual de los operarios y aforados del Cuerpo de Artillería que residen en ella y son sus naturales feligreses.

También pertenece al mismo género la que tiene el Colegio de Infantería en la capilla del que fue hospital de Santiago. Sus feligreses son los empleados jefes e individuos de este establecimiento militar.

La última de que hemos hablado la tuvieron los caballeros de Calatrava a cargo de un freire de la orden, primero en la ermita de Santa Fe y más tarde en la sinagoga que hoy se conoce con el título de Nuestra Señora del Tránsito.

Fin de las iglesias parroquiales


Texto extraído de Historia de los templos de España, de la Biblioteca Virtual de Andalucía