Parroquias latinas (que hoy existen como matrices)

Historia de los templos de España. Toledo. Parroquias latinas (que hoy existen como matrices)


I. [INTRODUCCIÓN]

Como dejamos dicho en la breve introducción que precede al anterior capítulo, en el que nos ocupamos de las parroquias muzárabes, arrancada ya Toledo del poder de los infieles, uno de los primeros cuidados del invicto rey don Alfonso, su conquistador, fue el atender a las necesidades religiosas así de sus primitivos moradores cristianos como de los que de varios puntos de la Península vinieron a fijar su residencia en la antigua corte de los godos.

Si fue grande la munificencia y el celo que desplegó, rehabilitando para catedral la gran mezquita de los árabes, haciendo nombrar un arzobispo, creando el cabildo primado y dotándolo de cuantiosos recursos, no atendió con menos fe y prontitud a la completa y regular organización del clero parroquial, acaso el más importante para la definitiva subdivisión y arreglo del numeroso vecindario de la ciudad recientemente conquistada.

A este fin, y con objeto de atender a todas las necesidades y exigencias de los antiguos y nuevos habitadores de la población, dispuso que se creasen un gran número de parroquias a las que luego se llamaron latinas para diferenciarlas de las muzárabes que, según queda expresado en sus monografías, permanecieron abiertas al culto con la misma categoría y feligreses que tuvieron durante la dominación sarracena.

Estas parroquias latinas, fundadas la mayor parte durante el reinado del mismo don Alfonso y las restantes en los siglos posteriores, llegaron a alcanzar el número de veintidós, las cuales, exceptuando la de Todos los Santos, que a finales del siglo xv ya estaba reducida a la categoría de ermita, y la de la Magdalena de Calabazas que despoblado el barrio de su nombre perdió su feligresía confundiéndose en otras, han llegado hasta nuestro siglo con su advocación particular y templo propio.

Últimamente en las reformas y variaciones por que han pasado en nuestro país las instituciones religiosas, las veinte parroquias latinas de Toledo han quedado reducidas a nueve matrices, de cuya historia particular vamos a ocuparnos en este capítulo, y algunas filiales de las que daremos razón al mismo tiempo que de las suprimidas.

Cuanta es la importancia de estos templos, artística y arqueológicamente considerados, se comprende solo con recordar que, erigidos en una época tan remota como la de la Reconquista, ya de nuevo, ya sobre los ruinosos vestigios de mezquitas musulmanas o iglesias y palacios godos, cada siglo ha traído después a sus fábricas una piedra para mantener en pie sus muros, en los que al pasar ha dejado escrito un pensamiento.

II. [PARROQUIAS LATINAS.]

SAN ANDRÉS

La parroquia que se conoce en Toledo bajo la advocación de este santo y que es de las más dignas de llamar la atención de los inteligentes y curiosos, fue sin duda una de las que erigió don Alfonso VI. La circunstancia de hallarse en el mismo lugar en que los árabes tenían una de sus mezquitas, según aserto de algunos respetables escritores, robustece esta opinión.

Al levantarla por primera vez, ya sea que aprovechasen parte del antiguo edificio mahometano como nosotros creemos, ya que la construyesen conforme a este gusto, entonces muy en boga, debió pertenecer al estilo árabe. Confirman nuestras noticias las dos capillas laterales a la mayor de la iglesia, cuya fábrica pertenece al mencionado género y a uno de sus primeros períodos, si se atiende a la forma de su cerramiento superior que lo constituyen, como en la del Cristo de la Luz, unas bóvedas adornadas con gruesos resaltos de estuco, en vez de los artesonados propios de los últimos.

En el siglo xv sufrió una modificación notable. El señor de Layos y de Mora, don Francisco de Rojas, embajador de los Reyes Católicos en Roma y cerca del emperador Maximiliano I, levantó completamente de nuevo y conforme al estilo ojival en su tercer período la suntuosa capilla mayor y el crucero que aún subsiste.

Una leyenda en caracteres góticos que corre por el friso de los muros de esta parte del templo, explica el objeto de esta piadosa fundación de la manera siguiente:

El muy noble caballero don Francisco de Rojas mandó fundar y dotar esta capilla con muy grandes indulgencias, para reposo de sus padres e parientes y salvación de todos los fieles cristianos: estando en Roma por embajador de los muy católicos reyes don Fernando e doña Isabel, rey e reina de las Españas y de Nápoles e de Sicilia, negociando entre otros muy arduos negocios de sus magestades la empresa e conquista del reino de Nápoles e Jerusalén, la cual e todas las victorias de ella, plugo al servicio de la Santa Trinidad y de la gloriosísima Virgen Santa María Nuestra Señora y de todos los santos.

El diligente y escrupuloso escritor don Ramón Parro, cuyas investigaciones acerca de los monumentos pertenecientes a esta ciudad más de una vez nos han servido de guía en el discurso de estos artículos, al trasladar la anterior leyenda en el libro titulado Toledo en la mano, hace advertir muy oportunamente que la obra debió concluirse bastantes años después de la muerte del fundador, pues en la inscripción de que se trata, y que es regular se colocase cuando se terminó la capilla, se da a los Reyes Católicos tratamiento de majestad, siendo así que no usaron de este título los monarcas castellanos hasta el advenimiento al trono de su nieto el emperador Carlos V, a partir desde el cual se perpetuó en sus sucesores.

Finalmente, en el siglo pasado se restauró el cuerpo de la iglesia, respetando no obstante el crucero, la capilla mayor y las dos laterales pertenecientes a la arquitectura musulmana.

Como se ve por las anteriores noticias, tres diversos géneros arquitectónicos, representantes de tres épocas muy distintas, han contribuido a completar el extraño conjunto que ofrece a los ojos del espectador la fábrica de esta antigua parroquia, de la cual, apuntadas ya las ligeras observaciones que preceden, pasaremos a dar una idea.

Consta la iglesia de tres naves de regulares dimensiones, divididas entre sí por sencillas pilastras. En la cabecera de estas naves se encuentra la capilla mayor y el crucero que ya hemos dicho pertenecen al estilo ojival florido de su mejor período, y que se compone de esbeltísimos pilares acodillados que flanquean los muros de cerramiento del ábside y las alas, sosteniendo las recaídas de los arcos apuntados, sobre los que vuelan las atrevidas bóvedas que, cruzadas por nervios que las dividen en multitud de cascos, cubren y coronan esta parte del templo, la más elegante y lujosa de toda su fábrica.

En el espacio del centro de la capilla se alza el retablo mayor, que es de madera dorada; pertenece a la misma época y contiene algunas tablas, más dignas de consideración por su antigüedad como documento para la historia del arte que por su mérito propio; corona el retablo una magnífica cruz tallada en la misma piedra del muro, y que recuerda la que ya encontramos en la portada del convento de San Juan de los Reyes.

Los retablos y altares colaterales son contemporáneos del principal y pertenecen al mismo gusto.

También merecen que se haga particular mención de ellos los cuatro sepulcros que se encuentran en los frentes del crucero. Su traza y disposición son elegantísimas, hallándose embellecidos con la esbelta y caprichosa ornamentación ojival.

En el fondo de la hornacina en que está incluida la urna del primero, perteneciente al costado del evangelio, se ve un buen crucifijo de talla con la siguiente plegaria:

Salvator mundi, salva nos.

Da noticias de las personas que en este sepulcro yacen una lápida que contiene el sencillo epitafio que a continuación se traslada, y que dice así:

Alphonsus hic iaceo, mecum conjux Marina est; filius hoc clausit lapide Franciscus.

Estos parecen ser los padres del don Francisco de Rojas que con este fin labró la capilla, según se deduce de la inscripción del friso.

El otro sepulcro de este mismo frente tiene en vez del crucifijo a la Virgen María con Jesús muerto en sus brazos. Los dos restantes, pertenecientes al lado de la epístola, contienen el primero un epitafio que indica reposa allí un valiente guerrero llamado Alfonso, y el segundo un escudo de armas careciendo de inscripción.

La capilla está dedicada a la Epifanía y tuvo en otros tiempos varios capellanes que con un mayor formaban cuerpo, con todo el servicio necesario para la celebración de sus fiestas aparte de los de la parroquia.

Descrita, aunque someramente, la capilla mayor, poco nos queda que decir del resto de la iglesia. Su cuerpo ya dejamos consignado que pertenece a la última restauración verificada en el pasado siglo y nada ofrece digno de mencionarse. Las capillas árabes, excepto la luz que arrojan acerca de la primera construcción del edificio, tampoco contienen cosa alguna que merezca nos detengamos a describirlas; solo sí antes de terminar nuestro trabajo diremos algo sobre las pinturas que se conservan en San Andrés.

De éstas las más notables son la Adoración de los Reyes, lienzo firmado por Antonio Vandepere en 1677 y que se encuentra en la sacristía; un Calvario, obra de Alejandro Sémini, en cuyos ángulos inferiores hay dos retratos, sin duda de los fundadores de la capilla en que está; San Francisco y San Pedro, dos cuadros atribuidos al Greco; Santa Águeda y Santa Cecilia debidas a un artista de Toledo llamado Bernabé Gálvez, conocido con el sobrenombre de Jirijaila, y por último, algunas buenas copias de cuadros notables.

SAN JUSTO Y PASTOR

La fundación de esta parroquia es muy antigua de modo que, aunque no se sabe precisamente la época en que se verificó, puede sospecharse con gran fundamento que fue contemporánea a las primeras que se erigieron en esta ciudad, si se atiende a que don Gonzalo Ruiz de Toledo reedificó su iglesia a principios del siglo xiv.

Si se exceptúa el artesonado de la sacristía, del que más adelante hablaremos con alguna detención, y que en nuestro juicio pertenece a la época del referido don Gonzalo, nada resta de la fábrica que este mandó construir y que indudablemente pertenecería al estilo ojival, pues las tres capillas del mismo gusto que aún se conservan en una de sus naves, desde luego se conoce fueron levantadas en tiempos bastante posteriores al siglo en que esto se efectuó.

En 1733, tal vez movidos por el estado ruinoso de este templo, tal vez llevados por el ciego afán de modernizarlo todo conforme al gusto dominante y exclusivo de la época, como se hizo en toda España con otros muchos, restauraron por completo su fábrica que, salvo dos de las tres capillas a que ya nos referimos, nada tiene de notable.

Su arquitectura es grecorromana y consta de tres naves divididas por columnas que sostienen arcos dóricos, por cuya archivolta, y haciendo juego con las que se extienden a la altura de sus claves por toda la iglesia, corren algunas molduras sencillas que, sin ofender el buen gusto, les dan cierto aire de elegancia y ligereza.

El altar mayor, que se compone de una gradería sobre la cual se ostenta un pequeño tabernáculo, flanqueado por dos airosos obeliscos, es de madera pintada imitando jaspes, como igualmente el gran marco que le sirve de fondo, y que contiene un lienzo de grandes dimensiones, en el que Gregorio Ferro pintó el año de 1807 la aparición de los bienaventurados niños Justo y Pastor, titulares de la parroquia, al arzobispo de Toledo Asturio. Este cuadro se recomienda por la buena disposición de las figuras y por la armónica y dulce combinación de sus tintas, aun cuando su diseño no es todo lo correcto que pudiera desearse y en la ejecución hay un poco de amaneramiento.

En los muros laterales que cierran la capilla mayor hay también cuatro bajosrelieves tallados en madera y pintados de blanco en los que un artista, cuyo nombre se ignora, ha representado con bastante corrección y franqueza la prisión, sentencia, martirio y enterramiento de los Santos Niños, bajo cuya advocación se conoce la parroquia.

Algunos altares que se encuentran repartidos por el ámbito de la iglesia nada ofrecen de particular, no sucediendo así con el que se ve en la capilla de la Virgen del Pilar, una de las que, perteneciente a la familia de los Benizamas, y una de las respetadas en la última restauración, en cuyo retablo existen cuatro apreciables tablas que representan a san Jerónimo, san Acacio, san Juan Bautista y santa Catalina mártir, debidas a un autor desconocido y ejecutadas con bastante corrección en el dibujo, valentía en la manera y un colorido vigoroso y agradable.

A la derecha de esta capilla, que se halla situada en la nave lateral de la epístola, se encuentra la de la Virgen de la Esperanza, fundación y propiedad de la parentela del por tantos conceptos célebre poeta Baltasar Elisio de Medinilla, la que, así como la del Pilar, se ve cubierta por una airosa bóveda subdividida en multitud de cascos por ligeros nervios que, arrancando de unas reprisiones colocadas en los ángulos de los muros, ostentan lujosos florones dorados en los puntos de intersección.

La de la Candelaria, hoy conocida por la de la Caridad, que está situada en el mismo costado de la nave y a la izquierda de la de los Benizamas, aunque más reducida, oscura y pobre que esta, es sin duda alguna la más digna de ser visitada por los amantes de nuestras glorias que al penetrar en su recinto no podrán menos de sentirse hondamente impresionados al escuchar el nombre de su fundador cuyos restos acaso reposan al pie de aquella ara humilde, sobre la que se levanta un retablo en que aún se ve su imagen.

En efecto, la fundación de esta capilla se debe al desconocido genio que trazó la soberbia iglesia de San Juan de los Reyes, al inspirado intérprete del arte que tan a manos llenas derramó la inspiración, la riqueza y la poesía en su melancólico claustro, y cuyo nombre tantas veces se ha preguntado con ansiedad por los entusiastas de nuestras glorias pasadas en presencia de aquella majestuosa mole, uno de los últimos y acaso el más perfecto modelo de la caprichosa y fantástica arquitectura a que pertenece.

Nosotros, en los primeros artículos de esta obra, como todos los escritores que se habían ocupado de las cosas pertenecientes a Toledo, habíamos hecho cuantos esfuerzos caben en lo posible a fin de averiguar algo acerca del autor de la traza del magnífico monasterio; todo fue inútil habiendo perecido, como ya consignamos en su lugar correspondiente, el archivo de esta iglesia en el incendio de su claustro; ningún dato había suficiente a esclarecer el misterio en que se hallaba envuelto el nombre de su autor, quedando solo el recurso de atribuírsele a este o aquel arquitecto contemporáneo a su edificación, aunque siempre con vaguedad y apoyados en indicios tan leves que al fin han resultado sin fundamento plausible.

Los distinguidos escritores don Pedro José Pidal, don José Amador de los Ríos y don Manuel de Assas, en sus respectivas observaciones acerca de este edificio, sospechan que tal vez la idea perteneció a maese Rodrigo o a Pedro Gumiel. Nosotros, careciendo de documentos que atestiguasen otra cosa, nos limitamos a exponer la opinión más generalmente admitida y que hasta cierto punto más visos de verdad presentaba.

Posteriormente el señor don Ramón Parro, a quien ya hemos tenido ocasión de citar en esta obra, en su libro que lleva por título Toledo en la mano, al ocuparse de la parroquia, ocasión de estas líneas, y describiendo esta capilla, dice que su fundación se debe a Juan Guas, arquitecto que hizo a San Juan de los Reyes, y cuyo retrato se encuentra en uno de los extremos del retablo que adorna el altar.

Esta noticia nos sorprendió tanto más cuanto que en su Toledo pintoresca el señor Amador de los Ríos, a quien según dice el prólogo de dicha obra el señor Parro suministró datos importantes acerca de la imperial ciudad, no da razón de semejante arquitecto.

Como es de presumir, una de nuestras primeras diligencias al volver a Toledo a fin de recorrer los templos que no habíamos podido visitar en nuestra anterior estancia en el mismo punto, fue dirigirnos a la parroquia de San Justo y Pastor en donde se encuentra la capilla.

Efectivamente, casi a los pies de la nave colateral de la epístola y frente a la puerta de ingreso, vimos su arco peaño, cuya forma, al mismo tiempo que la ornamentación que lo engalana, recuerda el que en una de las alas del crucero de San Juan de los Reyes daba paso a la sacristía, y que en su lugar hemos descrito.

Compónese este arco, formado de líneas curvas y rectas, de una ancha franja de hojas relevadas y varias molduras que la contienen y corren con ella por la archivolta, siguiendo los caprichosos ángulos del perfil del vano y de una sencilla verja de hierro que defiende la entrada de la capilla.

Esta, que es bastante oscura, contiene un retablo de madera dorada, compartido en recuadros de diferente magnitud, en uno de los cuales, y arrodillado ante la Virgen que ocupa el central, tallado en medio relieve y pintado y fileteado en oro, se ve un caballero que por su traje y lugar en que se halla, sitio donde comúnmente se colocaban estos retratos, puede afirmarse que es el del fundador.

Expresa quién sea este, junto con su nombre y calidad, una inscripción que a la altura del piso rodea los muros, y en la que en caracteres góticos apenas se distingue la siguiente leyenda, que la oscuridad de la capilla hace de difícil lectura:

Esta capilla mandó facer el honrado Juan Guas, maestro mayor de la santa iglesia de Toledo e maestro minor de las obras del rey don Fernando e de la rey doña Isabel, el cual fizo a Sant Juan de los Reyes... Esta capilla a doña María de Ibares su muger, e dejo a los testamentarios... Año de mil…v.

Al trasladar el señor Parro esta inscripción, hace algunas observaciones acerca de ella, que por juzgarlas oportunas y conformes en un todo con nuestra opinión trasladamos aquí y dicen de esta manera:

«Los tres cortos trozos de la inscripción que señalo con puntos suspensivos, no se pueden leer fácilmente; pero creo que en el primero podrá decir “e dono” esta capilla, etc.; el segundo acaso diga “e falleció o finó” año de etc.; y el tercero indudablemente expresa la centena y decena de la muerte del fundador, pues la última palabra que se lee es mil, y luego concluye la cifra romana V, que es el cinco: yo creo que debe leerse así mil CCCCLXXXV, porque en 1475 se estaba construyendo todavía San Juan de los Reyes, que no se concluyó hasta 1476 (se entiende de la iglesia y claustro principal, pues el resto del convento tardó algunos años en terminarse) y por consiguiente no dijeran que lo había hecho Juan Guas si hubiese muerto antes de acabarla; no puede ser, pues, la fecha 1495, porque ya en ese año era maestro mayor de la catedral Enrique Egas, y por lo tanto no podría la inscripción suponer al Juan Guas desempeñando esa plaza. Parece, en consecuencia, que la unidad V que vemos expresada debe corresponder a la octava decena del siglo xv, que es la única que queda interpuesta entre 1475, que no puede ser por un concepto, y 1495, que tampoco lo puede ser por otro.»

El resto de la capilla nada ofrece digno de atención; su bóveda está cruzada por nervios resaltados, y sobre el retablo del altar hay un lienzo que representa la Crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, pero que apenas se distingue entre las sombras que oscurecen esta parte del templo.

A los pies de las naves laterales existen otros dos cuadros que, con el que se ve sobre la puerta de la capilla del Pilar, completan el número de los que guarda esta iglesia con mérito suficiente para ser recordados. De estos los primeros, que están firmados por Antonio Pizarro, el uno la Vapulación de san Acasio y compañeros mártires, y el otro la de Crucifixión de los mismos, y en el último, que es de grandes dimensiones y digno de estima por más de un concepto, se contempla la aparición del Salvador resucitado a sus discípulos en el castillo de Emaus, obra de Mateo Gilarte.

El exterior de la iglesia carece de mérito, y solo pueden mencionarse de él, aunque de paso, la torre, coronada por un chapitel de plomo, que es muy sencilla; y la portada que sirve de ingreso al templo, la cual es de piedra, pertenece al orden dórico, pero bastante adulterado, y contiene en una hornacina las estatuas de los niños Justo y Pastor.

No puede decirse otro tanto de la sacristía en la cual se venera una imagen del Crucificado, escultura de regular mérito, cuyo valor aumenta la tradición que asegura haber pertenecido al sumo pontífice san Pío V. Pero lo que verdaderamente es digno de recomendarse a los inteligentes es el magnífico artesonado que cubre esta pieza, y del que ofrecernos una exacta reproducción a nuestros lectores. Este curioso resto del arte arábigo, obra sin duda del siglo xiv en el que, como queda dicho, don Gonzalo Ruiz de Toledo, conocido por el conde de Orgaz, reedificó la parroquia de San Justo, se encuentra, como casi todos los que se conservan en otros templos, muy deteriorado y cubierto de polvo, que contribuye a ocultar los vestigios del oro y los colores que lo embellecían.

Sin embargo, nosotros, que a pesar de la poca luz que goza este departamento, habíamos creído ver alguna huella de estos colores y como unos confusos contornos de figuras en el cornisamento, también de alerce, que sustenta el artesonado, hicimos colocar unas escaleras sobre los guardarropas, y con ayuda de una luz artificial conseguimos ver distintamente así las ya apagadas tintas del techo, como los caprichosos guerreros que adornan su friso. No nos pasó lo mismo con las franjas que incluyen las leyendas, y que corren alrededor de los muros por el lugar correspondiente al arquitrave y la cornisa, pues aunque distinguimos, no sin trabajo, el color del fondo y de los caracteres árabes, nos fue imposible el coordinar frase alguna, por lo muy deterioradas que se encuentran.

Por último, y para terminar este artículo, advertiremos que al reproducir este artesonado notable por la riqueza de su colorido, la extraña combinación de las figuras geométricas que lo dibujan, y el empleo de figuras humanas, no usado, ni aun después de la Reconquista, en el adorno de este género en ningún otro edificio de esta ciudad, así en el trazo como en el carácter especial que lo singulariza, aun cuando para dar una idea más exacta hayamos restituido los colores hoy apenas perceptibles, a su brillantez y pureza primitivas.

SANTA MARÍA MAGDALENA

La arquitectura arábiga, el estilo ojival y la revolución del arte conocida por el Renacimiento han dejado una profunda huella de su paso en los muros de este edificio, cuya erección se remonta a los tiempos de don Alfonso VI.

Ignórase, sin embargo, la fecha precisa en que se llevaron a término estas modificaciones, aunque se coligen las diferentes épocas a que pertenecen merced al carácter especial que las distinguen entre sí.

La torre de ladrillo fuertísimo, engalanada con algunas series de arcos ornamentales y sencillos ajimeces que dan luz a su interior; y un magnífico trozo de artesonado, compuesto de anchas fajas de molduras pintadas de azul y oro que forman, entrelazándose, multitud de figuras geométricas, en cuyos centros grana se ven florones de oro de diferentes tamaños, son los únicos restos que se conservan de la primitiva construcción de este edificio, en el cual representan dignamente el estilo mahometano, con arreglo al que debió levantarse.

La arquitectura ojival, que tan preciados ejemplares dejó en Toledo de su riqueza y gallardía, reedificó más tarde la capilla mayor en la cual se admira la elegancia y sencillez de su bóveda, cruzada en todas direcciones por nervios formados de molduras que arrancan de repisas colocadas en los ángulos y al encontrarse ostentan lujosos florones de oro en los puntos de intersección.

El Renacimiento predominante aún trazó, por último, conforme al gusto grecorromano, el cuerpo de la iglesia que consta de tres naves de regulares dimensiones separadas por una arquería que se sostiene en gruesas columnas de piedra y por cima de la cual corre un sencillo entablamento sobre el que se apea la bóveda. La portada, que pertenece a este mismo género y se construyó a principios del siglo pasado, como toda la fábrica moderna, poco o nada ofrece digno de estudio; se compone de un arco redondo apoyado en columnas, sobre cuya clave y en una hornacina, imitación adulterada del estilo ojival, se ve una estatuita de piedra representando a la santa titular de la parroquia.

Dada ya una idea de la fábrica y de las diversas restauraciones que ha sufrido, diremos algo acerca de los objetos de arte que contiene.

El altar mayor, de madera tallada y dorada con gran profusión, pertenece a la escuela de Churriguera y es uno de los más palpables ejemplos del mal gusto y extravío de sus propagadores.

Los dos colaterales del crucero, dignos de estima por su sencillez y la regular disposición de sus partes, son también de madera imitando mármol de diferentes especies.

Los restantes colocados en las naves colaterales y trazados, los unos conforme al estilo del Renacimiento, los otros según el capricho de la escuela churrigueresca, carecen de mérito suficiente a hacerlos acreedores de especial mención.

No pasa otro tanto con alguna de las imágenes que en ellos se veneran, entre las que hemos visto hasta unas seis que, aunque repartidas en distintos retablos, son a nuestro parecer obra de un mismo artista y representan: san Blas la que se ve en el retablo del mismo nombre, la Virgen María con Jesús en sus brazos la colocada en el extremo de la nave colateral de la epístola y esta misma Señora con san Juan y otros dos santos las que se encuentran en los altares del costado opuesto.

También merecen llamar la atención de las personas entendidas los lienzos que adornan los retablos del crucero, debidos los del colateral de la epístola a Bernabé Gálvez, pudiendo atribuirse los que con ellos hacen juego en el altar del lado contrario a Pedro de Orrente o a alguno de sus imitadores.

Cuatro pequeñas tablas que llenan el zócalo del ya mencionado retablo de san Blas, un Crucificado con la Virgen y el discípulo predilecto a sus plantas, que existe en la sacristía; y el boceto de uno de los mejores cuadros que ejecutó Dominico Teutocopoli, conocido generalmente por el Greco, completan el número de las pinturas notables de esta parroquia, aneja a la cual y colocada a los pies de la nave del centro, se encuentra una espaciosa capilla dedicada a Nuestra Señora de Consolación, de la que diremos algo antes de concluir este artículo.

Su arquitectura es grecorromana, no careciendo de riqueza y gallardía, así el cornisamento que sostiene la bóveda, como la media naranja que cobija el altar, en cuyo retablo se halla la imagen que le presta nombre, la que fue traída de Roma en el siglo xvi por un cura propio de la parroquia, llamado Bernardino de Villanueva.

En el año 1810, y después del incendio ocurrido en el convento del Carmen Calzado en donde se encontraba, se trajo a esta capilla y se colocó en un altar, frente al de la Virgen, la devota efigie del Santo Cristo de las Aguas, la cual pertenece a la antigua cofradía de la Veracruz, de que ya dimos razón al tratar de Santa Eulalia en el capítulo dedicado a las parroquias muzárabes.

Advertiremos por último que el artesonado árabe, del que ofrecemos una exacta copia a nuestros lectores, se halla en el mismo estado de brillantez y frescura en los colores que aparece en la lámina que lo representa.


SANTIAGO (VULGO DEL ARRABAL)

Santiago del Arrabal. Original aquí


Su fundación es contemporánea a la de las primeras parroquias de Toledo, aun cuando no faltan escritores que la atribuyen al cuarto rey de Portugal, don Sancho ii, apellidado Capelo, el cual murió en esta ciudad a mediados del siglo xiii.

Destruye esta última opinión la noticia que, justificada por documentos públicos que aún se conservan en el archivo del hospital de Santiago, asegura haber sido reedificada esta iglesia en el mismo siglo xiii por dos hermanos, comendadores de esta orden, los cuales se apellidaban Diosdados, según las piezas del litigio que con ella sostuvieron a propósito de esta obra.

Su fábrica, sin duda una de las más antiguas y que más completamente caracterizan el cuarto período de la arquitectura árabe a que pertenece, ha sufrido algunas reparaciones en estos últimos tiempos, siendo la más sensible de ellas la última, verificada en 1790, en la cual se taparon con cielos rasos los magníficos artesonados de su iglesia.

Esta, que se compone de tres naves de regulares dimensiones, de las cuales la principal es bastante más alta que las de los costados, de las que se separa por medio de grandes arcos arábigos, contiene en sus altares varios retablos debidos a una de las mejores épocas del arte español, que indudablemente fue la que abraza el siglo xvi. Entre estos, el más notable es el del altar mayor, el cual consta de cuatro cuerpos, pertenece al gusto del Renacimiento y, aunque afeado por una modificación debida a la escuela churrigueresca, que ha destruido alguna de sus comparticiones, conserva aún varias estatuas y bajorrelieves dignos de atención y estudio.

También merece ser mencionado el púlpito que se encuentra en el costado del evangelio de la nave principal, desde el cual, según la tradición lo asegura, dirigía san Vicente Ferrer su voz a los judíos, alcanzando numerosas conversiones. Desde esta remota época, la cátedra a que nos referimos ha quedado sin uso alguno, conservándose en esta parroquia como un digno monumento de la religión y del arte. Su forma es octógona, remata por la parte inferior apuntándose al muro, en el que una columnita empotrada parece sostenerlo, y la cobija un doselete o umbela. Así las ochavas de que se compone como el doselete que lo corona, se encuentran prolijamente entallados en el estuco, materia de que está hecho, y son una curiosa muestra de la fusión del ornato árabe y el propio de la arquitectura ojival. Una leyenda latina, casi ilegible, que rodea su borde superior y cuyo carácter tiene la forma del conocido con el nombre de monacal, induce a creer, según el señor Amador de los Ríos, que se construyó en el siglo xv, época en que efectivamente se usó mucho este carácter de letra.

En el exterior de esta parroquia, del cual ofrecemos una exacta reproducción a nuestros lectores, son dignos de notarse: el ábside de forma circular, engalanado con cuatro series de arcos dobles y redondos; la torre de planta cuadrada a la que dan luz varios ajimeces partidos por una columna y ocho arcos redondos de grandes dimensiones; y la puerta, que antiguamente daba paso al templo, la cual está tapiada y consta de un grande arco de herradura y un cuerpo sobrepuesto formado por seis arcos ornamentales estalactíticos, sobre los que arrancan, combinándose con ellos, otros tantos de la misma forma y materia.


SAN JUAN BAUTISTA

Esta parroquia que, como veremos más adelante, se trasladó en el siglo pasado al templo que hoy ocupa, estuvo colocada desde su fundación en la plazuela conocida por de los Postes. Llamábanla vulgarmente San Juan de la Leche, porque adjunto a ella existió un corral en que se encerraban varias manadas de cabras, cuya leche se vendía allí al público.

Cuando por disposición de Carlos iii abandonaron los jesuitas la Península, se dispuso que la parroquia, objeto del presente artículo, pasase al templo fundación de estos regulares, que es el que hoy ocupa y se conoce con el nombre de San Juan Bautista.

Del antiguo no queda otro vestigio que los postes que dan nombre a la plazuela en donde se encontraba y señalan el lugar en que estuvo colocado el altar mayor de la destruida iglesia.

La fábrica, levantada por los jesuitas en el siglo pasado sobre el terreno en que según la tradición existieron las casas de Esteban y Lucía, padres de san Ildefonso, pertenece al orden dórico, aunque así en su fachada como en su interior se nota aún la huella del mal gusto que Churriguera y sus discípulos entronizaron años antes en toda España.

Según noticias, parece que sus fundadores tomaron por tipo al erigir esta iglesia la que posee la misma Compañía de Jesús en Roma, suntuosa fábrica dirigida por Vignola primero y después por el no menos entendido arquitecto Giaccono de la Porta.

Aun cuando la pesadez y profusión de algunos de sus adornos le roban la sencilla majestad, propia de este género, no carece su exterior de cierta suntuosidad y armonía que le prestan sus proporciones, que son grandiosas, al par de la disposición de las líneas que la trazan; las cuales, despojadas de la inútil ornamentación que las ofusca, son puras, eurítmicas y severas.

Compónese, pues, la portada, que asienta su zócalo sobre una elegante gradería, de un primer cuerpo en el que, a los lados de un arco principal que sirve de ingreso, se abren otros dos vanos o puertas laterales, y de algunas columnas y pilastras de grandes proporciones sobre cuyos capiteles corre el cornisamento que sustenta la segunda zona. Esta es un frontispicio colosal con una gran ventana en el centro, flanqueada por dos nichos con estatuas de piedra semejantes a las que se ven en el espacio intermedio de las pilastras del primer cuerpo. Completan el trazo arquitectónico del exterior una especie de atrio, coronado por una cruz que se eleva sobre el frontispicio, y dos elegantes torres de ladrillo de igual tamaño y forma colocadas en sus extremos.

El cuerpo de la iglesia, que consta de una nave principal cortada por la del crucero y dos secundarias, pertenece al mismo orden que el exterior y, salvo algunos pequeños detalles de su ornamentación un poco churrigueresca, merece el aprecio de las personas entendidas, tanto por las grandiosas proporciones de su bóveda como por la gallardía de sus pilastras y cornisamento, que aunque no tienen el sello de la pureza clásica afectan sin embargo su disposición y contornos.

Los altares nada ofrecen de notable; incluso el mayor que lo forma un tabernáculo, de madera pintada imitando mármoles, colocado sobre una gradería en la que apoyan sus rodillas dos ángeles de tamaño natural, tallados en bulto redondo y dorados.

Sirve de fondo a este tabernáculo y ocupa todo el testero de la iglesia un gran fresco debido a un artista ignorado en el que, con gran conocimiento de la perspectiva y una completa falta de armonía y vigor en el colorido, se representa un colosal retablo de mármoles y bronces, con estatuas de santos de la Compañía en los intercolumnios y un cuadro en el centro donde se ve al santo arzobispo de Toledo, Ildefonso, en el acto de recibir la casulla de manos de la Virgen.

La sacristía, que corresponde por su capacidad y ornatos al resto del templo, es la parte de este que se encuentra más sobrecargada de hojarascas y adornos de mal gusto.

Los objetos de arte que encierra esta parroquia son bien pocos, pues varios cuadros notables de Rivera, el Greco y Blas de Prado que en ella se encontraban hace algunos años, fueron llevados a Madrid, en cuya Academia de Nobles Artes existen algunos.

Consérvanse, no obstante, en el retablo del altar colateral de la epístola colocado en el crucero, el cual se trajo de la antigua iglesia en cuya capilla mayor estuvo, tres lienzos, en el principal de los cuales se contempla el Bautismo de Jesucristo, obra de Alonso del Arco, recomendable por la buena disposición del asunto, aunque de entonación débil y dibujo no muy correcto. Representan los otros dos los bustos de tamaño natural de los apóstoles san Pedro y san Pablo.

Un apostolado de talla y bulto redondo, colocado sobre repisas en las entrepilastras que adornan la nave principal, y alguno que otro lienzo del Greco, pero de su peor época, con otros también medianos y de autores desconocidos, que se hallan colgados en los pilares que dan paso a las capillas, completan el número de las obras dignas de alguna atención que encierra este templo.


SAN NICOLÁS

El templo de esta parroquia, que consta de una sola nave con varias capillas en sus costados, se reedificó en la primera mitad del siglo xviii y conforme a las reglas de la arquitectura grecorromana; género, que por decirlo así, había destronado a los sectarios de Churriguera, y que exclusivamente se usó en la Península durante esta reacción artística, exagerada, aunque provechosa.

De la primitiva fábrica, contemporánea a la época de su fundación, nada resta; y ni aun fijamente puede asegurarse el gusto a que pertenecería, pues aunque se sabe que la parroquia fue erigida con posterioridad a una gran parte de las de Toledo, se ignora la época precisa en que esto se verificó.

Exceptuando algunos lienzos apreciables y varias esculturas que se encuentran distribuidas en su ámbito, nada se encuentra en este templo que merezca descripción detallada.

El altar mayor, compuesto de una gradería sobre la que se eleva un elegante tabernáculo, es de buen gusto, merced a su extremada sencillez y natural disposición de las partes que lo forman. Sirve de fondo a este altar, y ocupa una gran parte del muro de la cabecera, un gran lienzo, firmado por don Zacarías Velázquez, y contenido en un marco de estuco imitando mármoles; en él se representa al santo titular de la parroquia apareciéndose a dos jóvenes que ocupan el primer término de la composición. Este cuadro, que pertenece al pasado siglo en el que floreció su autor, adolece, como la mayor parte de los debidos a esta época, de amaneramiento y falta de vigor en el claroscuro, aun cuando se recomiende por algunas otras dotes apreciables.

Dos cuadros, que se hallan en los costados laterales del presbiterio, y en los que Alonso del Arco trazó con regular acierto dos pasajes de la vida de santa María Magdalena; el altar de santa Bárbara, en el que se ven algunas pinturas bastante medianas, aunque debidas al Greco; y por último, la imagen del Crucificado con su Santa Madre y el discípulo predilecto a sus plantas, concienzudo grupo de talla en madera que se encuentra en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores y es obra del escultor tirolés don Juan Antonio Finacer, es cuanto de notable se encierra en este templo.


SANTA LEOCADIA

Esta parroquia, que ocupa el mismo lugar en que, según las más autorizadas tradiciones, estuvo la casa donde vivió y nació la santa que la presta nombre, es una de las más antiguas de Toledo, aunque su iglesia fuese posterior a las tres que en diversas épocas se levantaron en esta ciudad a su gloriosa patrona. El primitivo templo debió pertenecer al género árabe; lo testifica así la forma de su torre, de finísimo ladrillo, engalanada con series de arcos ornamentales y grandes ajimeces, única parte que de él subsiste. Aseguran algunos escritores que algunos años después de la reconquista, al practicar las excavaciones necesarias a fin de erigir esta parroquia, se encontraron restos de una antigua ermita u oratorio, perteneciente a la época goda y probablemente dedicada a esta misma virgen. Del mismo tiempo data el descubrimiento de un subterráneo, que aún hoy puede verse, el cual tiene entrada por esta iglesia, y al que se cree solía retirarse la santa a orar y ejercitarse en las más rudas penitencias.

De las modificaciones por que probablemente debió pasar desde que fue erigida según la manera de construir musulmana hasta el siglo pasado, ninguna noticia queda. La reina María Luisa, esposa de Carlos IV, que profesaba particular devoción a la patrona de Toledo, mandó reedificarle completamente y a sus expensas tal como en la actualidad se halla.

El carácter general de la arquitectura es grecorromano; consta de tres naves divididas por gruesas columnas de piedra que sostienen las recaídas de los arcos sobre las cuales se extiende por todo el ámbito de la iglesia un cornisamento dórico. La nave, que cortando a la central forma el crucero y, el ábside o capilla mayor, está separada del resto del templo por una verja sencillísima, que ha sustituido a la que perfectamente trabajada con la ornamentación propia del siglo xvi ocupaba antes este sitio, y ahora se ve en el atrio. Los altares nada ofrecen digno de ser examinado detenidamente, si se exceptúa el mayor, cuyo retablo y ara son de preciosos jaspes, que forman un lujosísimo marco que contiene un gran lienzo, en el que se representa a la santa virgen y mártir titular, obra con algunas dotes recomendables debida a Eugenio Cajes.

Tampoco debe pasarse en silencio la magnífica custodia que se guarda en la sacristía, llamada vulgarmente el Sol de Orán, título con el que sin duda la conocen por ser la misma que hubo en la iglesia mayor de esta importante ciudad de África desde que la arrancó del poder de los infieles el cardenal Jiménez de Cisneros, hasta que en 1792, al abandonar este punto, se trajo a la Península con algunas otras alhajas y el arzobispo Lorenzana la regaló a esta parroquia.

Los almirantes de Castilla, antigua dignidad que se perpetúa en la casa de los duques de Noblejas, tienen aquí su panteón de familia.



SAN MARTÍN

En el primer capítulo de esta parte de la Historia de los templos de España y al describir el magnífico monasterio de San Juan de los Reyes, dijimos ya que la parroquia objeto de estas líneas, cuyo primitivo templo existía contiguo a la puerta del Cambrón, fue trasladado al que hoy ocupa, el año de 1840.

Su fundación debió tener lugar en los primeros años de la Reconquista, y acaso durante el reinado de don Alfonso VI.

En 1197 el arzobispo don Martín López de Pisuerga hizo donación de ella, con todas sus pertenencias y derechos, al abad y canónigos de la iglesia colegial de Santa Leocadia, previa autorización del cabildo primado, confirmada después por el pontífice Honorio iii. Más tarde el rey Felipe ii, después que hubo terminado el Real Monasterio de San Lorenzo, entre otras muchas prebendas y beneficios con que dotó esta comunidad, le hizo cesión de esta parroquia de San Martín, unida con algunas otras dependencias del dignidad abad de Santa Leocadia. En esta disposición ha permanecido hasta nuestros tiempos en que, extinguidas las comunidades religiosas, quedó a disposición del ordinario, siendo, por último, una de las nueve latinas que en el postrer arreglo parroquial de Toledo se conservaron como matrices. Como queda dicho, en esta época se trasladó a San Juan de los Reyes, mandándose demoler su antiguo templo, que ninguna cosa ofrecía de notable, por el estado de inminente ruina en que se encontraba.


SAN PEDRO

Poco diremos en este lugar de la parroquia que se conoce en Toledo con esta advocación. Erigida dentro de la misma catedral desde tiempos muy remotos, en la capilla llamada del Santísimo Sacramento, se trasladó en la primera mitad del siglo xv a la que con la misma advocación de san Pedro hizo construir a sus expensas el arzobispo don Sancho de Rojas.

Teniendo, pues, en cuenta que la monografía de este templo forma parte de la descripción de la iglesia primada y a fin de no repetir las especies, remitimos a nuestros lectores al trabajo del señor don Manuel de Assas sobre la catedral con el que comienza esta historia.

Fin de las parroquias matrices


Texto extraído de Historia de los templos de España, de la Biblioteca Virtual de Andalucía