Biografía
José Zorrilla y Moral nació en Valladolid, el 21 de febrero de 1817 y murió en Madrid, el 23 de enero de 1893.
Pertenecía a una familia acomodada. Su padre envió a su hijo a estudiar “Leyes” (es decir, derecho civil, por contraste con los “Cánones” o derecho eclesiástico) a la Universidad de Toledo en 1832, hospedándose en casa de un familiar que era canónigo de la catedral.
Pero no era un buen estudiante y se sintió más atraído por el arte y el ambiente romántico de la ciudad de la ciudad que por los textos legales, y aunque consiguió aprobar Derecho Romano, al año siguiente volvió a Valladolid a seguir sus estudios, con similar éxito que en Toledo.
Toledo en la obra de José Zorrilla
En su libro “Recuerdos del tiempo viejo” nos habla de su estancia en la ciudad de Toledo, a la que haría escenario de varias de sus obras, como serán los poemas “Toledo”, “Recuerdos de Toledo: la Catedral”, “A buen juez mejor testigo”, “La princesa doña Luz” y “El capitán Montoya”, historia cuya temática el propio Zorrilla consideraba “un embrión de Don Juan Tenorio”.
“...envióme mi padre desde su destierro de Lerma a estudiar leyes a la Universidad de Toledo, donde siguiendo mi mismo sistema del Seminario, en vez de asistir asiduamente a la Universidad, me di a dibujar los peñascos de la Virgen del Valle, el castillo de San Servando y los puentes del Tajo; y vagando día y noche como encantado por aquellas calles moriscas, aquellas sinagogas y aquellas mezquitas convertidas en templos, en vez de llenarme la cabeza de definiciones de Heinecio y de Vinnio, incrusté en mi imaginación los góticos rosetones y las preciosas cresterías de la Catedral y de San Juan de los Reyes, entre las leyendas de la torre de Don Rodrigo, de los palacios de Galiana y del Cristo de la Vega, a quien debo hoy mi reputación de poeta legendario.
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Yo debía mi fama a mis inspiraciones románticas de Toledo. Aquella gótica catedral, cuyas esculturas se habían levantado de sus sepulcros para venir a cruzar por mis romances y mis quintillas; aquel órgano y aquellas campanas que en ellos habían sonado; aquellos rosetones, capiteles y doseletes; aquellos claustros católicos, aquellas mezquitas moriscas, aquellas sinagogas judías, aquel río y aquellos puentes y aquellos alcázares que habían dado a mis repiqueteados y desiguales versos la vistosa apariencia de sus festonadas labores de imaginería y de crestería, no me habían merecido más que el desprecio de su antigüedad y la mofa de su perdida grandeza; y aquel pueblo, a cuyas costumbres, a cuyas tradiciones y a cuyas consejas debía yo todo el valor de mi poesía lírica y legendaria, no me mereció más que el epíteto de imbécil, en aquella estrofa, padrón de mi infamia:
Hoy sólo tiene el gigantesco nombre,parodia con que cubre su vergüenza:parodia vil en que adivina el hombrelo que Toledo la opulenta fue.Tiene un templo sumido en una hondura,dos puentes y entre ruinas y blasonesun alcázar sentado en una alturay un pueblo imbécil que vegeta al pie.
¿Concibe usted poeta más necio y más ingrato, mi querido Velarde? ¿Por qué llamé yo imbécil al pueblo de Toledo? ¿Porque era religioso y legendario, y pretendía yo echármelas de incrédulo y de volteriano? Pues entonces, ¿por qué seguía buscando fama y favor con mi poema de María y con el carácter religioso y creyente de todas mis obras? Porque el imbécil era yo: y gracias a Dios que me ha dado tiempo, juicio y valor civil para reconocer y confesar públicamente en mi vejez mi juvenil imbecilidad”.
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Para saber más sobre José Zorrilla en Toledo, puedes visitar al artículo que le dedicó el Archivo Municipal de Toledo en su blog.